Confieso que me avergüenza confesar lo siguiente. Me gustaría ser el disparador de un sacrificio. A mí, potencial lectora de Simone de Beauvoir, entusiasta adepta al manifiesto de Ignatius Reilly, más cercana a La loca de Mierda que a Andrea del Boca. A mi me gustaría que se sacrifiquen por mi, cual Scarlett O'Hara, cual Elizabeth Bennet, cual Catherine Earnshaw. Supongo que son como el polo positivo y el polo negativo que conviven en mi armoniosamente. El resultado de leer a Austen y a Fo y admirarlos por igual (sí, se puede). La ecuación que reúne a Hesse con Brontë (Charlotte), a Segal con Pirandello... absurdo. Tampoco pretendo un gran sacrificio como saltar de un precipicio o pasar por un aro prendido fuego. Me basta con algo bien cursi y barato (pero no tan grasa como un collarcito) como el de Tomás Fonzi en "Verano del '98"... (no puedo acordarme de esto, por el amor de Dios, tenía sólo seis años... si encuentro esa escena en youtube juro que la pongo al final de esta entrada), como el de Humphrey Bogart en "Casablanca", como el de Colin Firth en "Bridget Jones" (II) o "Love Actually" (este tipo es capaz de recorrer el mundo por cualquiera... increible), o cualquier película taquillera o culebrón (de los de antes, de los buenos). ¿Y por qué espero tan ansiosamente ser el objeto de un acto demostrativo de semejante envergadura? Porque me lo merezco. Esto va sin modestia... merezco que alguien haga algo extremadamente estúpido y significativo por mi. Estoy cansada de esperar sentada esos finales de película, mi vida se vuelve bizarra y el final se arruina en un abrir y cerrar de ojos ¿Con qué necesidad?
*No encontré el video de Verano del '98 pero si mal no recuerdo el personaje de Tomás Fonzi gritaba encima de un edificio o una montaña o ALGO que amaba a la minita repetidas veces, es un recuerdo muy contaminado que tengo pero se que existió esa escena.
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