La noche había sido tempestuosa. Me invadía una sensación de incertidumbre mientras volvía sobre mis pasos hacia la casa. Habíamos tenido una de esas discusiones que ni el alcohol ni la llovizna pueden lavar. Subí las escaleras con cuidado de no pisar ningún peldaño en falso, lo que menos quería era despertarla. Introduje la llave en la cerradura y recé porque todo se hubiera calmado.
Efectivamente, allí yacía ella, con la cabeza sobre la almohada, de perfil. Un sobretodo estaba apoyado sobre el respaldo de la silla, había salido a reflexionar como yo. El cenicero rebasaba de colillas y de sus dudas existenciales. En la oscuridad no observé más cambios. Lentamente me acomodé a su lado, amoldándome a su cuerpo, y pasé un brazo por encima de su cintura. Su silueta nunca había sido tan jodidamente perfecta. No podía creer que le hubiera gritado de esa forma, que le hubiese recalcado tan crudamente sus errores insignificantes. Me quedé profundamente dormido envuelto en el aroma embriagador de sus cabellos.
El amanecer llegó y los miedos y tensiones de la noche se fueron disipando, se fueron enfriando como un motor que suspende momentáneamente su marcha. Pero solo momentáneamente, ahora me daba cuenta. Estaba solo, la cama estaba fría. Un miedo infantil me invadió inmediatamente mientras ella cruzaba el umbral de nuestro aposento con una bandeja repleta en sus manos.
-Buen día-dijo con tono mañanero mientras avanzaba hacia mi. Pero algo andaba mal. Era como una silla sin el clavo que arruina cada prenda, como el café sin la borra. Una transición había tenido lugar. Le faltaba ese algo, esa arruga en su semblante, ese mal humor diario, esa torcedura en su columna. Su voz sonaba demasiado dulce, me empalagaba, me daba nauseas. Era ella pero no lo era. Era como una perla sin su ostra, como un durazno sin carozo.
-¿Qué anda mal?-interrogó al ver mi cara de desconcierto
-Eso es lo que me pregunto yo, qué anda mal…
-Nada anda mal, todo está perfecto…-disimuló una burla entre toses, pero yo sabía, sabía lo que pasaba.
-¿Por qué?
-¿Por qué que?
-¿Por qué lo hiciste?
-¿Hice qué?
-Fuiste a la maldita agencia ¿No?-y sin previo aviso, comencé a sacudirle los hombros. Mi cara parecía la de quien está por perder la vida ante un auto sin frenos.-¿Por qué lo hiciste? Te los sacaron-y repetía así como un bebé su primera palabra.
-Al final a vos nada te viene bien
-Vos me venías bien. Te quería así, como eras, me alimentaba de nuestras peleas y nuestras reconciliaciones. Ahora sos una cáscara vacía, ¿dónde están tus defectos? Quiero saber donde los dejaron esos infames, ¿qué derecho tenían de arrebatártelos, qué derecho? Ya no sos la persona que conocí…
-Hipócrita. Después de todo lo que hice por vos… ¿Cuál es tu problema? ¿No me dijiste ayer que estabas cansado de mi conducta inapropiada? ¿Qué era hora de que empezara a pensar en mejorar mi temperamento? Y tus mentiras llegaron aún más lejos. ¿No me dijiste esa noche que me amarías para toda la vida, pasara lo que pasara?
-¿No hay manera de deshacerlo?
-No.
Hice las valijas y me fui para no volver.
Las líneas de Nazca/ Diario #1
Hace 7 años