sábado, 27 de abril de 2013

Tomás y Andrea o el amor en los tiempos del bondi

Los hechos y/o personajes de la siguiente entrada son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.


Tomás no es mi amigo, Tomás es pelirrojo. Cuando va a la facultad usa anteojos cuadraditos y lleva un bolso de cuero cruzado. Tomás pregunta en un parcial de sociología qué significa "plusmaría". Tomás fuma porro. Tiene amigos que fuman porro. Tiene el cerebro lleno de porro. Tomás tiene bermudas, tiene barba, ahora es escasa pero alguna vez fue de fauno. Tomás conoció a Andrea.

Andrea usa remeras de pulp fiction. Andrea se tiñe y usa flequillo. Andrea gana siempre en el carrera de mente. El profesor siempre menciona a Andrea: "Como dice Andrea...". No la conozco a Andrea. Me hace acordar a una chica que compone canciones zarpadas sobre su psicólogo. Me hace acordar a una canción zarpada sobre una muchacha ligera. Solo se que leyó a Fodor. Y a Chomsky. El resto me lo puedo imaginar.

Andrea y Tomás viajan en el 44. Él le cuenta sobre los poetas posmo que conoció en una exposición y que devinieron en filósofos a causa de la voluntad divina, sobre los seis casos del latín, sobre los mantras que invoca en su meditación. Todo lo remite a Osho, a Coelho, al Bhagavad-guitá, a la mística o al misticismo. Andrea sonríe y baja la cabeza, se pierde en la monotonía de su voz, asiente, acota... Andrea no sabe lo de la plusmaría, Andrea está fascinada, no sospecha. Tomás cruza una mirada cómplice conmigo, o tal vez me imagino que me está pidiendo, que me está rogando, que me está extorsionando, comprando mi silencio... Pero está fuera de peligro, yo voy sentada y ellos están lejos y estoy agotada de las seis horas de práctico y de verlos hablando. Me genera algo de intriga y a la vez me repugna su cháchara intelectualoide, tal vez porque nunca terminé bien parada teniendo una conversación de esa índole. Lo que en realidad me asquea es esa fascinación que siento por dos seres que se saben almas gemelas.

Por un segundo me miran, me miran como sabiendo, como advirtiendo que se está redactando esta historia en mi imagen acústica, como dándose cuenta de que fabulo, de que les invento una vida más apasionante, menos lisérgica, como lo hago en cualquiera de mis viajes en transporte público. Los veo gesticular y pongo palabras en sus bocas ansiosas tratando de respetar las personalidades que formé para ellos durante mis vastas ocurrencias. Quizás Tomás no es tan fanático de Silvio Rodriguez, y no está diciendo Silvio esto y Silvio aquello mientras Andrea le habla de otros trovadores que la inspiran a escribir sus incontables bitácoras ancestrales cubiertas de boletos borroneados, de entradas de cine y de mechones de pelo. Todo esto no está pasando, todo esto que va de algún módulo de la mente-cerebro a mis dedos veloces lo estoy planificando sin permiso de nadie, pero para ustedes es lo que sucede. Y esta intervención es como la ruptura de la cuarta pared, como cuando un actor se dirige directamente al público y le recuerda que lo que está viendo es solo una representación de hechos ficticios.

Andrea se baja del colectivo bruscamente, no le gustan las despedidas. Tomás disimula, mira hacia afuera por un momento. Cuando está a salvo, se agarra la cabeza.

De algún modo quedo parada en la misma bocacalle que Tomás, y luego en la misma parada. Por algún motivo que no logro descifrar, no nos saludamos. Dije que Tomás no era mi amigo, es cierto... pero lo conozco, sabe que se lo de la plusmaría, sabe que se de sus mantras y de sus porros. Solo que parece que ahora que Tomás es Andrea y Andrea es Tomás, que son uno intentando conquistar el paraíso de la sapienza, perdí el derecho a su saludo. No es que me interese su hola-de-compromiso; me molesta que me incomode estar parada atrás suyo y no poder hablarle. Aunque cuando le hablaba, cuando todavía lo saludaba-por-compromiso, me sentía incómoda igual. Me miraba con esos ojos chiquititos de drogodependiente exacerbado, son verdes pero casi ni se nota, nunca lo había notado hasta ese momento en que lo vi charlando con Andrea y brillaron como nunca. Puede que sea la magia del amor, o que haya dejado el porro, eso tampoco lo se. Nada de esto es relevante, nada de esto hace al relato... este relato es nada.

Cuando le preguntamos por qué lo había hecho, por qué había confundido una oclusiva con una nasal, una lateral con una vibrante; Tomás nos contestó que no sabía. Incluso, si mal no recuerdo, le echó la culpa al porro, pero eso es algo que pasó hace mucho y, de todos modos, desde que Tomás es Andrea,  ya no tiene importancia.



Ay plusmaría, cuándo serás mía
Si Marx quisiera todo te daría...

lunes, 8 de abril de 2013

Moleskine 14 (o "anteojos nuevos")

Parecería que no es justo tener derecho a ver cada partícula de polvo, cada arruga en la cara de una mujer, cada frunce y cada pliegue de una boca o una mano. El miope de siente azorado, se encuentra cohibido por imágenes nítidas de un universo que no parecía destinado a él. Y sin embargo ahora todas las calles tienen nombre, todas las hojas se mueven en su individualidad, los objetos recobran su contorno y dejan de ser amenazantes. Surge un nuevo pasatiempo: pararse en una esquina y medir las dimensiones, calcular las distancias, inventariar los rostros y formar palabras con las patentes de los automóviles. El miope pasa de su mundo de metro y medio a la vastedad absoluta. Hay cierto pudor, cierta nostalgia encapsulada, cierto arrepentimiento: "¿De qué me habré estado perdiendo?". Jamás lo sabrá: el miope olvida, entre la niebla de sus ojos, los bocetos inacabados que lo rodearon alguna vez.

sábado, 6 de abril de 2013

"En el barrio hay cinco chicas: cuatro son buenas; una es mala.


  • Se levantaba todos los días temprano para ir a la fábrica. Se ponía su guardapolvo celeste, peinaba su cabello corto, se calzaba los zapatos lustrosos, le daba un beso a su papá en la mejilla y salía con su hermana a la calle. No había Panamericana, no había General Paz... Los muchachos las respetaban.


  • Estaba acostumbrada a lidiar con hombres, como delegada tenía el trabajo de dialogar con ellos defendiendo a su gente. Con sus dieciocho años era capaz de sostener huelgas, ganar almuerzos y ayudar a los trabajadores. Le decían "señorita de acá", "señorita de allá" pero jamás se propasaban con ella. Los límites siempre habían estado claros.



  • Si era necesario enfrentarlos, los enfrentaba. Una tarde, al llegar a la fábrica, encontró a una de las empleadas de su piso llorando. La muchacha apenas llegaba a producir treinta unidades en el tiempo que la empresa estipulaba como máximo para esa cantidad. El jefe la había visto trabajar y le había dicho que si no llegaba con la producción la iba a mandar a Alaska. Nuestra protagonista tuvo que dirigirse a su  despacho y dejarle en claro que si seguía maltratando a los empleados el sindicato iba a tomar represalias.



  • Al principio, cuando le anunciaron que uno de los encargados de piso se comía los mocos no lo creyó. Tuvo que esconderse para ver cómo, de forma alevosa, el acusado llevaba a cabo el hecho por el que se lo acusaba. Lo cambiaron de área tras las múltiples protestas de las damas.



  • No olvidaba cuando habían causado el despido de un comunista que delató los planes del sindicato. En la asamblea asentía, pero luego pegaba papeles en la fábrica alertando a la patronal.



  • Su solidez de espíritu no era solamente con sus rivales. Cuando su primo, que había entrado a la fábrica gracias a ella, recibió dos llamados de atención, lo obligó, tras múltiples avisos previos, a firmar la renuncia delante de sus superiores. 



  • A pesar de la responsabilidad que acarreaba no se olvidaba de que era joven. Le gustaban las milongas, iba a escondidas pero siempre se aseguraba de volver a casa a horario. Todos los viernes la excusa era una supuesta despedida de soltera. 



"En el barrio hay cinco chicas: cuatro son malas; una es buena."



  • Al menos no salía con un tipo casado, como hacían algunas de sus compañeras. La jugada podía salirles cara: varias habían recibido golpizas y a algunas hasta las habían tirado a las vías del tren. Ella las cubría hasta donde hacía falta pero intentaba no involucrarse con nadie en la fábrica. 

  • A la Porota le hicieron la cruz cuando se embarazó antes de casarse. Ella no correría esa suerte: "Besos y abrazos no quitan pedazos" siempre se repetía. Pero sabía que había algo que no tenía que hacer. 



  • Al pasar los años se enamoró de un tal Roberto que en realidad se llamaba Oscar diciéndole que su nombre era Beatriz aunque no era otro que Olga. Tuvo tres hijos, un varón y dos nenas. Renunció a ser diputada para formar una familia. Vandor solo confiaba en ella, le insistía en que podía llegar lejos pero ella tenía miedo. Prefirió otra vida, la vida aburguesada, la tranquilidad del hogar, el carácter fuerte del marido, la crianza de los hijos, la casa quinta de verano...



  • Sin embargo, de vez en cuando, le gustaba jugar a la ruleta en el cuartito de arriba con su hijo varón y sus amigos. Se apostaba fuerte en ese cuchitril. Encendía un cigarro y tomaba un whisky hasta que los gritos de su marido subían por las escaleras: "¡Nos van a meter a todos presos!".


Esa es la historia de mi nona. Mi nona, que si hubiese vivido en otra época podría haber sido tantas cosas... pero vivió en su época, le pesaron los prejuicios y eligió. Eligió ser la buena, eligió casarse y formar una familia, eligió una vida mundana renunciando a oportunidades extraordinarias. Eligió ser mi nona. Tomó la decisión de traerme pan con manteca a la cama, enseñarme la marcha peronista y hacerme la trenza-rodete para que no me agarre piojos al ir a la escuela.

¿Y por qué escribo yo la historia de mi nona? ¿A quién puede interesarle? A nadie. La escribo porque ayer me la contó y no quiero olvidar.







martes, 2 de abril de 2013

Tan solo otro viaje en subte

Hay un silencio desolado, apenas un mínimo murmullo se escucha. La gente se acomoda incómoda, poco familiarizada, en los asientos verdes, mirando a su alrededor, echándole un vistazo a las luces titilantes, a la voz mecanizada que anuncia el recorrido. Un perfume de limón impregna el ambiente. Te sentís primer mundo en esa cabina silenciosa que recorre las vías. Incluso los viajantes más asiduos se sienten desorientados. Las estaciones son las mismas pero se borró ese filtro sepia, ya no se alcanza a visualizar el exterior en marcos de madera con luces parpadeantes y tenues que a veces eligen extinguirse, esas luces generadoras de supersticiones y taquicardias. Ahora es más bien un criadero de gallinas, los focos encandilan los ojos. El movimiento es leve y el sonido metálico, atenuado. Nadie entiende por qué hay un caño en el medio del paso, todos esperan que llegue un stripper y comience su show. Pero solo es utilizado por un grupo de adolescentes granulientos que lejos están - afortunadamente - de desnudarse en público. Las miradas cruzadas demuestran la complicidad, esa complicidad típica de quienes temen no llegar a destino, quienes imaginan un desperfecto inesperado, un error de cálculos. Sin embargo, todo marcha bien y los aventureros deben reservarse sus visiones catastróficas pobladas de ratas y de héroes anónimos que ayudan a las ancianas a descender del tren y las conducen a su salvación inmediata con paciencia y vocación para otra ocasión. Y así concluye el viaje hasta primera junta - el primer viaje en los subtes de Mauri.
 
template by suckmylolly.com