Hace tiempo ya que la casa está quedando chica. Así que esta semana empezaron los trámites de la mudanza. Hoy fui a ver dos casas, a apenas tres cuadras de mi actual… y es algo sumamente interesante… claramente refleja parte de la personalidad de sus ocupantes. Por ejemplo, la dueña de la primera vivió en esa casa durante toda su vida, su padre la construyó y tenía un montón de trucos especialmente pensados, detalles quizá, pero muy personales. La chica (de apenas veintitrés años) nos iba contando anécdotas de la casa, que estaba en muy buen estado, se notaba que no era simplemente un lugar transitorio sino que en ese espacio se amontonaban los recuerdos de toda una vida. La puerta tenía una llave especialmente fabricada por el padre, varias rejas internas, persianas de madera, todo por motivos de seguridad. Mientras nos iba enumerando las facilidades de la casa acompañaba cada una con sus motivos: “Este baño al lado del patio lo hicimos porque mi mamá era fanática de la limpieza y no quería que saliéramos de la pileta y le mojáramos la casa”; “El portón era de un negocio, se abre con un motor, antes mi papá tenía un control remoto, ponía a abrir la puerta, se iba a dar una vuelta a la manzana y volvía”; “Nosotros acá teníamos el comedor y arriba el living, por ahí debería haber sido al revés”; “Mi hermana quiso pintar esta habitación de azul y parece que se achicó el espacio”; “Esta era mi habitación que compartía con mi hermana y siempre tuve ganas de hacer un entrepiso porque nos llevábamos siete años y ella hubiese jugado abajo mientras yo estaba arriba, así no me molestaba”; “Mi mamá usaba el bajo escalera de alacena”, “Esta luz de acá la puso mi papá para prenderla cuando nos íbamos a dormir, así podía ir al baño a la noche”. Además nos enteramos que la casa fue construida en el ’88, se notaba en detalles como los muebles de cocina de puertas naranjas, pero todo siempre muy bien mantenido. Ahora hablando de mi sensación, estuve todo el día imaginándome la infancia feliz de las hijas del hombre, como envidiándola un poco, hasta le tomé cariño a la casa. Supongo que al transmitirme la fuerte carga emocional que guarda, la chica me hizo creer que yo podría pasar buenos momentos en ese lugar.
Caso contrario fue la segunda casa. El frente era más vistoso, pero no es necesario que repita que no todo lo que brilla es oro. Un hombre estaba arreglando un auto viejo cuando llegamos, en la puerta. Entramos y había dos perros, uno ladrando como loco. La mujer gritaba “MACUCA, VENI PARA ACA, COMETE LA GALLETITA” y trataba de sacarnos la perra del paso a medida que avanzábamos. Pero eso no era tan grave. La casa en sí, estaba descuidada. El living estaba bastante bien… pero había un patio con un poco de… era barro, sin plantar, pisoteado por los perros. Una parrilla y muchos cacharros amontonados en un rincón, todas las paredes llenas de manchas (presumo que de las pisadas de los perros), la cocina: las puertas de las alacenas rotas, un horno empotrado, viejo, mugriento, todo estaba tan… sucio. Había olor, un olor característico, a viejo, a la casa de mi abuela Elda cuya cocina siempre estuvo llena de cucarachas. Odio ese olor. La mujer dijo “Acá está el garage, pero mi hijo esta durmiendo porque no quiere tener habitación y prefiere dormir acá… ay estos hijos adolescentes…” y ahí estaba el hijo entre frazadas en su “bunker” (después haciendo cálculos nos dimos cuenta de que en realidad el pobre pibe no tenía realmente una habitación mejor donde dormir. Subiendo por la escalera la habitación principal, con un baño en suite. Tenían mis mismos azulejos y todo era azul también, pero la bañera era una especie de cuadrado de goma… Y la cama matrimonial ocupaba todo el espacio, con un acolchado celeste… no se, me desagradaba. Las alfombras tampoco se salvaban. Más arriba, otras tres habitaciones y el baño grande. Una de las habitaciones estaba ocupada por una adolescente haragana (como yo) en la computadora; las otras dos, vacías. Y por último, una escalera inestable encima de ¡UN TELEVISOR! Y varias cosas más… que llevaba al supuesto playroom. La escalera estaba contra la pared de tal manera que era prácticamente imposible pisar el primer escalón. Sólo subieron mi mamá y mi hermano, y, según ella, había dos chicas más ahí arriba. La situación me hizo acordar a la familia Weasley, ese caos de familia numerosa… no había ni espacio para transitar, parecía que pedíamos permiso a cada paso que dábamos, tampoco estaba la predisposición de mostrar la casa…
¿Y en cuanto a la mia? Apenas la tasamos y no concretamos con ninguna inmobiliaria todavía, pero se que tengo que empezar a hacerme a la idea de que dentro de poco voy a estar invadida por desconocidos, igual o más entusiastas, mientras la de la computadora con cara hostil voy a ser yo. A mi tampoco me resulta fácil abandonar el único hogar que conozco, y menos cuando los empleados de la inmobiliaria se retuercen las manos elogiando el lugar… y menos habiendo visto los desastres que las personas son capaces de hacer con sus casas… de pronto parece que lo que tengo vale oro, más allá del espacio (o la falta de él), el ruido y los factores con los que tengo que convivir día a día. De repente todo es perfecto: la ubicación, la distribución, las paredes, las alfombras que tanto me pidieron que no ensucie… Acá también hay recuerdos…
Pienso seguir escribiendo sobre este tema, al menos hasta que me mude. No tengo planeado visitar muchas viviendas más pero al menos una seguro. Lo bueno es que, después de tanto tiempo y aún teniendo otras obligaciones, me senté a escribir.
Las líneas de Nazca/ Diario #1
Hace 7 años