Al llegar esperaba encontrarte en algún recoveco citadino fumando la última colilla incandescente del paquete cancerígeno. Esperaba hallarte con numerosos adjetivos y hacer carne el verbo. Pero me había olvidado de que Buenos Aires tiene otra frecuencia, preferí borrar de mi cerebelo ese compás maligno de canilla mal cerrada, ese pájaro carpintero que recuerda al sometimiento. En esta ciudad donde no existe el perdón después del empujón no vas a sentirte culpable por no llamarme. Aunque juro que me empujaste, juro que me tiraste a la punta de mis nervios. No puedo seguir escribiéndote, tengo que aceptar, que volver a la carga con la carga, la frente en alto y la sonrisa a flor de piel.
En el fondo no te suelto, te sigo abrazando en la terminal.
Las líneas de Nazca/ Diario #1
Hace 7 años