lunes, 26 de agosto de 2013

Cortado (con navaja)

Se que siempre estoy quejándome
De tu desmesura irracional,
De tu carencia de escrúpulos,
De tus fallas al amar

Pero lo cierto es que me regocijo
En tu falta de códigos, mi amor,
En tu marcha directa y sin tapujos
Hacia el más inminente desastre
Casi como un héroe del medioevo
Al grito de Montjoie

Es una lástima que después
No podamos volver atrás,
Porque no se puede deshacer,
No hay tres
Botoncitos.

Y desearía nuevamente hacerte un lugar
En mi cama, en mi mente
En vez de dejarle este espacio
Al frío de la indiferencia
Que corta cual victorinox
Oxidada

Sin embargo, no podemos,
No hay reloj de Bernardo
Ni Delorean que nos salve
Mon Amour
La cagaste

Y disfruté
Haciéndome la víctima
Y sentí
El placer masoquista
De decirte que no
-Queriendo decir sí -
Como si me estuviera apuntando
A la cabeza
El francotirador amigo
De Natalie
-Portman-

¿No es desesperadamente bello
Estar convencidos de que nunca más
Nos vamos a poner un dedo
encima?
¿No es excitante saber
Que perdiste toda
posibilidad?

No.
Siempre estoy hablando
Sola
Porque me involucro
En cada infinitesimal contacto
Con la ilusión más infundada

Y vos, ahí,
Tirado,
inconmovible e inmóvil,
Haciendo gala de tu código
-de tu código M.O.R.S.A.-

Cuando temo estar próxima
A mandarte a ca...
...gar
Me resguardo
En mi orgullo
-Chivo expiatorio:
Responsable de toda
Frustración.-

Quién fuera Guanaco
Para escupirte
-en la cara-
toda tu mediocridad
furibunda
Y, con ella,
la mía
En esa salvia
-vital-
Que no es saliva
Quedando así
Vacía
Como mi cama
-y mi mente-
Sin el filo de ninguna
Victorinox
-oxidada-

sábado, 10 de agosto de 2013

Hastío

Cómo explicar ¡Ay! Cómo explicar
Que me aburren los ardides de conquista
Las vacilaciones previas
Las confesiones a media voz
Los amagues ilusorios
Cómo explicar mi impaciencia
Mis ganas de incendiar el mundo
Y fumarme las cenizas
Como ese amigo que dice
Que quiere que lo fumemos
El día en el que se vaya

Resulta siempre frustrante haber sido la prueba piloto
Haber pasado, sin pena ni gloria
Sin que reconozcan la relevancia de lo que parece insignificante
Que es origen de todo progreso

Nunca pude ver el progreso
Supongo que se trata de esos sueños
Teñidos por la perspectiva del protagonista
Cual narrador omnisciente
Conozco el progreso, pero no me puedo ver en él,
No soy parte

Como haber escuchado al telonero con nobleza infinita
Y que la banda principal jamás haya llegado
Hubiese agradecido una voz en ese momento, en el medio del pogo
Que advirtiera, al ver mi cara de póquer,
-Nena, si no te gusta, si te aburre el telonero
Tirá la toalla y andate, porque aca se termina

Pero nunca hay señales, no hay voces esquizofrénicas
Finalmente siempre se está en soledad, y siempre nos quedamos
(-Por lo menos hasta mañana-)

jueves, 1 de agosto de 2013

Poema en construcción

"Cuando alguien busca, fácilmente puede ocurrir que su ojo sólo se fije en lo que busca; pero, como no lo halla, tampoco deja entrar en su ser otra cosa [...] Tiene un fin y está obsesionado con él. Buscar significa tener un objetivo. Encontrar, sin embargo, significa estar libre, abierto, no tener ningún fin. 
Siddharta, Hermann Hesse





¿Qué buscan los buscas?
No se, pero me gusta acompañarlos.

viernes, 26 de julio de 2013

Elecciones

A veces me imagino a mi mamá diciéndome, cabizbaja y con un tono indignado, casi rozando la compasión: "-¿Nunca un médico, vos? ¿Nunca un analista en sistemas? ¿Nunca un empresario?" Pero no lo dice. Antes pensaba que no lo decía porque no se animaba a descoserme la sonrisa o a desbaratarme el buen tino, pero horas de reflexiones irrelevantes me condujeron a pensar que no lo hace porque ella vio lo mismo en mi viejo. Qué habrá visto, se preguntaran ustedes... el potencial. La posibilidad de devenir infinitamente, de escaparle al estereotipo, a la masa ingrávida que nos invade poco a poco, al canon burgués. Pero si hay algo que aprendí es que un devenir desmedido, hiperbólico, conduce a la muerte. Y yo creo en la thanatografía derridiana, en esa obsesión por la huella que llega a la pérdida de la propia pisada, se lo destructivas que pueden resultar las intenciones de una desterritorialización inconmensurable. En el otro extremo está mi viejo, absorbido por el sistema, ¿Feliz? ¿Se puede ser feliz en esta vida? ¿Cuáles son nuestras verdaderas posibilidades de desterritorialización? ¿Hasta qué punto se puede acompañar la desterritorialización ajena?
Si estamos condenados a elegir como dicen, el patrón de nuestras decisiones demuestra que no hay libertad en ellas, siempre elegimos lo mismo, porque somos rehenes de nuestras propias decisiones.

jueves, 20 de junio de 2013

Certezas

Estoy convencida de que la indiferencia es la vecina insensata del amor, la que le toca la puerta para pedirle una tacita de azúcar y, cuando él se distrae, se lleva todo el paquete.

Estoy convencida de que la Facultad de Ciencias Exactas es el único lugar donde seno y curva no tienen significado - ni significante - eróticos.

Estoy convencida de que si fuera machista y misógina diría que el contrabajo tiene cuerpo de mujer: cerebro chiquito, curvas pronunciadas y culo grande.

Estoy convencida de que en cada juego apostamos la dignidad.

Estoy convencida de que el vodka con pomelo es uno de los inventos más efectivos para disolver el superyó sin mayores esfuerzos.

Estoy convencida de que mi título universitario no me va a dar de comer. A menos que empiece a comer papel.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Algunas señales (-Querida, estás gorda)

Hay momentos, momentos en la vida en los cuales te das cuenta de que la ropa que te regalaron en tu cumpleaños de quince ya no te queda tan holgada o al menos no como te quedaba cuando tenías diecinueve. No importa, tenías quince años, es comprensible. De repente empezás a notar que la pollera linda, de lunares y botones rojitos, que te compraste apenas un verano atrás no te cierra. Bueno, puede suceder. Cuando decidís ponerte la otra pollera, la de modal a rayas blancas y negras que te regalaron para tu cumpleaños - noviembre del año pasado, ¿Cuánto pasaron? ¿Seis meses? - y de pronto, te mirás al espejo y sos - S.O.S, LIBEREN A WILLY - una ballena franca austral, empiezan las preocupaciones. Sabes bien cual va a ser la - sincera, dolorosa - respuesta de tus padres al hacerles la pregunta: ¿Me hace ver muy gorda esta ropa?

Ponete otra cosa.
No importa, es de cadera, no tenes panza, con algo sueltito lo disimulás bien.
No es tan grave, tenes un poquito de sobrepeso nada más.
Cerra la boca porque te va a quedar el cuerpo deformado.
Tenes que dejar la pepsi, empeza a tomar agua mineral
Porciones más chiquitas
No tanto dulce
Comprate otra ropa
¿No tenes otra cosa para ponerte? 
¿No tenes tiempo para hacer ejercicio?
Tenes que hacer ejercicio
Estás sentada en una oficina todo el día

Sí, sí y sí. Pero... ¿Por qué?  ¿Por qué a mi? Yo era flaquita... yo comía, comía lo que quería. Ahora mi propia ropa complota contra mi. Como si se me hubiese revelado, como si fuera una venganza por todo lo que comí sin culpa en esta vida entera... Todo vuelve. En forma de grasa adiposa. Y se instala. En mi cuerpo.

Nunca entendí el mambo de mis amigas - de las mujeres en general - con el tema del peso. Siempre parecía que era una obsesión inútil. Les decía que dejen de preocuparse mientras le hincaba un diente al cuarto de libra con queso viendo con lástima - con repugnancia - la ensalada César, tomándome un café con tres cucharadas de azucar y detestando el edulcorante, casi indignándome ante la visión de una galleta de arroz. Ahora me siento mal cuando la gente que me conoce insiste en que no estoy gorda. Pero yo lo veo. No me mientan, estoy gorda. Ahí pueden ver el rollo, ahí pueden tocarlo. Me sobra carne, carne que antes no estaba. 

¿Cómo fue? Fue estrepitoso. El año pasado me ponía esta ropa todos los fines de semana, era una diosa. Todos mis vestidos son ajustados. Todas mis remeras son de modal o lycra. Jamás me sentí culpable por comerme una porción de lemon pie. En enero me vieron desnuda y me elogiaron el cuerpo - ¿Estaba gorda ya? No lo se.

Nunca había notado lo flaca que era. Ni yo ni el resto de la gente. Ahora es ver una foto de cualquier modelo y darme cuenta. Ver las fotos de las últimas vacaciones de mi mejor amiga en Santa Teresita. Qué hija de puta. Y tiene un año más que yo, ni siquiera tengo esa excusa. 

¿Cuándo fue que empecé a comer desaforadamente? Tal vez cuando me dejaron de tomar en serio. ¿Qué hago? ¿Gasto en el psicólogo o gasto en el gimnasio? En el gimnasio, para psicólogo está este blog. Aunque no me responde. Hola, blog, dame una respuesta. Decime por qué estoy gorda, y si estoy gorda porque comí mucho decime por qué comí tanto, y si comí mucho porque no me tomaban en serio decime por qué nunca me toman en serio. Por ahí sentía que esa medialuna me tomaba más en serio que el resto. 

Pensé un par de soluciones. Pensé en empezar a fumar porque supuestamente te saca la ansiedad. Después me di cuenta de que iba a dejar una adicción para empezar con otra. Como medida de acción dejé la gaseosa y las cosas dulces. Las harinas no las largo. Hoy me comí una pizza kilométrica. El lunes empiezo el gimnasio.

Mientras tanto, voy haciendo este reporte. Ahora me toca experimentar este abismo. Odio las cintas de correr y las bicicletas fijas, odio el sudor del gimnasio y su olor a adrenalina. No necesito pisar uno para saber que los odio, simplemente lo se.

Una amiga me ofreció ir a Cormillot pero siempre pensé que era un viejo chanta. Algunos de mis ideales tienen que permanecer intactos. No voy a pagar 400 pesos para que ese señor me haga cagar de hambre, para eso me mudo a Etiopía. 

Mis ideales, ¿Qué quedará de mis ideales? Dije nunca dietas, ahora semi-dietas, dije no gimnasio, ahora gimnasio. Después digo que me enorgullezco de ser una persona consecuente con sus actos. Pero sino ¿Quién me va a querer? Me falta tener gatos y vivir sola para completar el estereotipo de mujer solterona.

En el fondo se trata de eso, porque sino no me importaría y me quedaría tirada comiendo pochoclos y viendo una peli. Hoy fui al cine y no comí pochoclos. Es difícil no masticar nada estando en el cine, es difícil no masticar nada estando en cualquier situación cotidiana - me voy a empezar a comer las uñas.

viernes, 24 de mayo de 2013

Cortito y al pie - panoramas de un colectivo imaginario


Hoy en el colectivo había un pibe con toda la pinta de american psychobolche - un sketch de Capusotto, para quienes no lo conocen. Boina CON POMPÓN negra ladeada hacia la izquierda, pelo lacio, largo y graso; zapatos de suela y cordones gruesos y la campera colocada cual poncho por encima del hombro. En el mismísimo momento en que la idea se insinuó en mi cabeza, miré hacia la izquierda - a través de la ventanilla - y visualicé, por vez primera, como un milagro, como una visión, la cara del Che pintada sobre una pared. ¡Qué maravilla! (las coincidencias).

Primero vi a la cuarentona sentada con la chirusita que escuchaba cumbia a todo volumen, con su piercing en el labio superior - es impreciso decir labio superior, era el bozo - el pelo lleno de hebillas y una trenza completando el estilo. Traían muchos bolsos, como que se iban en un viaje largo, sentadas en los asientos que están dados vuelta - los que me marean, los que nunca acepto aunque sea bondi lleno. Cuando se pasaron adelante empecé a sospechar. El chofer miraba disimuladamente por uno de los espejos a las mujeres, que se habían instalado cerca suyo, como controlando sus movimientos. Creo que vi la gota de sudor rodando por su rostro cuando la mujer rulienta le hizo un gesto a su ¿hija? para que se moviera. En un primer momento consideré a la mujer rulienta - la cuarentona - como la esposa del chofer, y a la otra como la hija. Después me di cuenta de que el chofer era demasiado joven para la cuarentona, entonces se me ocurrió que en realidad lo que estaba sucediendo era que el chofer estaba camelando a la niña desde hacía un tiempo, y la madre le había propuesto aceptar la propuesta de casamiento de su yerno hacia su hija SÍ Y SÓLO SÍ - y escuchen bien - podía corroborar por un día que él fuera un conductor decente, recto, un ciudadano hecho y derecho. Cuando subía una mujer al colectivo, la madre y la hija, como un jurado dignísimo e insobornable, corroboraban que la mirada del pretendiente no se deslizara por el escote de la señora. Pero el control no finalizaba allí: cuando la señora terminaba de pagar el boleto, Su Señoría se encargaba de asegurarse de que su futuro hijo político no observara disimuladamente el espejo retrovisor en busca de otros atributos femeninos. Si el semáforo estaba en rojo, la matrona confirmaba que los neumáticos no tocaran la senda peatonal. La hija parecía indiferente, no le interesaba realmente si su prometido pasaba la prueba de fuego, solamente quería bajarse de esa cachitrina para poder llegar a su casa y sacarse fotos en el espejo haciendo cara de pato. Yo sentía los nervios de ese pobre hombre, como si estuviera rindiendo una prueba de resistencia sin gatorade, utilizando sus últimos esfuerzos para mantenerse concentrado, frenar a tiempo, no olvidar poner el giro en la siguiente bocacalle, jugándosela para ganarse el respeto de su amada. Noté que en algunas ocasiones el pie se le deslizaba del acelerador, como si no pudiera, como si estuviera bajo demasiada presión, ¡POBRE HOMBRE! ¿NO SE DAN CUENTA, BRUJAS, DE QUE SÓLO QUIERE TRABAJAR?

Ella venía llorando porque se había terminado, y porque el colectivo había tardado una vida, y porque unas viejas que hablaban muy fuerte y hacían preguntas retóricas le caían mal. Mientras se retrotraía a los últimos momentos, aferrándose de los pocos recuerdos fidedignos que podía rescatar en ese ovillo de incertidumbres, borraba los mensajes de texto que tanta satisfacción le habían producido al ser leídos una y otra y otra vez en una estación de subte, en un bar haciendo tiempo, en una reunión familiar. Agotado el placer, se hundía en la autocompasión, sabiéndose observada pero por completo indiferente a los códigos sociales impuestos. De repente cruzó la mirada con una mujer, apenas mayor que ella, que le ofreció un pañuelo descartable. Sintió que necesitaba decir algo, que ése era el único vacío capaz de llenarse en ese momento:
-Cosas que pasan.- afirmó con convicción, secándose las lágrimas.
-Ya va a pasar.- aseguró su interlocutora.
Y tenía razón. Todo pasa.

En una de esas tardes de nudo en la garganta, la muchacha viajaba en colectivo con sus anteojos de sol. Se sentía protagonista de un melodrama, llorando tras los cristales, protegida por esa intimidad de algunas pulgadas que le otorgaban. Todo el viaje se desahogó de lo lindo, sin hipar, sin suspirar, sin emitir sonido, solo lágrimas silenciosas. Se sentía impune, como si estuviera cometiendo un crimen imperdonable y nadie tuviera pruebas para acusarla de ello. Cuando empezó a bajar las escaleras del subte, se sacó los anteojos y comprobó, con horror, que le faltaba uno de los vidrios. La coartada se destrozó. Con incredulidad, la protagonista siguió bajando las escaleras construyéndose una anécdota para subsanar el bochorno. Nunca se volvió a sentir tan cerca de los loquitos simpáticos que hablan solos, escrutados por la gente a veces con temor, a veces con lástima. 

 
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