Creo que uno de mis peores defectos es la tendencia al divague. Sí, ya sé que imaginar no parece peligroso, puede ser, probablemente a simple vista, algo sano, algo normal. Pero no, yo lo tenía que convertir en defecto. Porque el divague extremo es perjudicial. De alguna manera uno termina asumiendo cosas que son falsas, que nunca sucedieron ni existieron. Por ejemplo, que una persona es vil y maquiavélica, cuando sólo hablamos una vez. Esto tiene que ver mucho con los prejuicios, las apariencias. Y otro poco con la locura, que aporta bastante a decir verdad. Me encuentro todo el día, en cualquier momento, figurándome situaciones. Aún cuando estoy ocupada en otro asunto dejo un espacio de mi cerebro para disfrutar de este pasatiempo. Se mezclan en mi cabeza las acciones que realizo con lo que pienso por dentro. Así, mientras preparo una torta (que en realidad nunca sucederá porque soy pésima en la cocina), pienso: 1 paquete de harina 0000, ese chico es una persona interesante, cuatro huevos, esa mujer se parece a Hilda Lizarazu, revolver tres veces mientras camino de la mano con el amor de mi vida cuyos ojos serán… naranjas como la ralladura que necesita la receta. ¿Se entiende? Probablemente no. Pero yo sí lo entiendo y es útil saber cómo funciono. En este mundo de ilusiones todo es posible, está lleno de promesas incumplidas… pero a la hora de ponerlas a la práctica en la realidad algo falla. Se trata de mí. Yo no soy la misma que mi yo interna, la que imagina esas cosas maravillosas o escalofriantes. Soy otra, soy tímida, me cuesta conseguir lo que quiero. Ahí radica el peligro del divague. Termino perdida en eso, cada noche una nueva imagen y cada día una nueva desilusión. El día en el que logre nadar en fideos, tocar el piano con los pies, tirarme encima de un pastel de tres pisos lleno de crema… ese día va a ser la gloria. Ese día divagar va a pasar de ser un pasatiempo a una forma de vida, de un defecto a una virtud. Mientras tanto…
Las líneas de Nazca/ Diario #1
Hace 7 años