Hacía falta un desliz. Porque yo venía bien, de verdad... estaba condenadamente sobria de mente y alma. Pero sólo hizo falta eso, un desliz para echar todo por la borda. Después de tanto esfuerzo para sacar de mi inconsciente mi idealización estúpida, para poner mis propias cartas sobre la mesa... una mínima veta en mi calculada planificación. Un pensamiento hizo falta. Yo dije que me iba a arrepentir de lo que escribí el otro día y pasó como me lo imaginé. ¿Cuánto duré? Ni una semana. Ni cuatro días enteros. Apenas puse el ojo en los recuerdos e ilusiones que intentaba superar empezaste a aparecer en todas partes. Te presentabas cada cinco minutos enfrente de mis ojos, como rogándome atención. En la escalera, en el patio, en la puerta de mi aula... unas cinco veces. Y se empezó a hacer difícil ya esconder todo de nuevo como si nada hubiera pasado. Pero hoy fue como la confirmación de que no había salido como lo planeé. Fue tan repentino que me asustó. Un solo comentario, la sola mención de tu nombre, una pequeña intención de otra por vos que no me vi venir. Sentí como si se resquebrajara algo en mi interior, el hielo en el cual me acorazaba para protegerme de las cosas que te traían de nuevo a mí. Otra vez esa sensación de montaña rusa, de ascensor de supermercado, que sube del estómago a la garganta y se queda ahí. No pude hablar pero no fue necesario porque empezaron a decir que tenías novia. El episodio concluyó con más de lo mismo un par de horas más tarde, la confirmación del enunciado anterior. No sé. Soy una inútil, pinché mi único bote salvavidas. Acabo de plantar de nuevo las raíces que me retienen a tu suelo, o al contrario, cortado las raíces que me mantienen ligada a la tierra y no me dejan volar para después estrellarme de nuevo contra tu ilusión. Un fin de semana largo entero para practicar el doble-pensar. Saber que algo está ahí pero al mismo tiempo estar convencida de que la realidad es otra, autoconvencimiento, autocontrol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario