A veces un gusto amargo,
Un olor malo, una rara
Luz, un tono desacorde,
Un contacto que desgana,
Como realidades fijas
nuestros sentidos alcanzan
Y nos parece que son
La verdad no sospechada
J.R.J.
Pobre, pobre, pobre ingenua... ahí sentada, con él ahí, y él en su mente... Pobre ingenua, fantaseando con una originalidad inexistente, con una unicidad recíproca... Pobre, le dice que le haga caricias en el pelo, pobre... ella hace lo que puede. Pero no imagina, ingenua. Que cada escena y cada secuencia es sólo una repetición de un ciclo. Que lo que para ella representa lo uno, lo primigenio, fue vivido en infinitos laberintos borgeanos por él. ¿Y qué le queda, pobre ingenua? El gusto amargo, el olor malo, la rara luz, el tono desacorde... cuando, y mire usted, por un comentario al pasar, se da cuenta... de que todo lo que ella cree causar en el prójimo es solo un resabio de un placer añejo. Se resigna siempre a ver al contrincante en la recta final... empieza la carrera viéndolo, sabe en el fondo que su corrida es completamente inútil, que hay un ganador y no es ella... pero sigue corriendo, agitándose, esforzándose por ser algo, hundiéndose en el pantano de recuerdos ajenos sin saber si son realmente recuerdos o es un presente histórico que vuelve en cuanto se narra el acontecimiento una y otra vez en su presencia, de una forma mental pero real, de alguna manera, implícitamente, está ahí. Y no es esquizofrenia, no es histeria o paranoia. Puede parecer, pero apenas se convence de ello, aparece para demostrarle que, efectivamente, sigue ahí. Cabe preguntarse, finalmente, si es ella un molde o una pieza; y si es una pieza aún rondaría el interrogante de la duración de ésta condición.