jueves, 29 de diciembre de 2011

Verdad Intermitente

Lo que más me sorprende es el hecho de que le encuentre sentido al título de éste blog, de repente. Una vez había escrito algo al respecto, en ese momento la combinación de "verdad" con "intermitencia" me sonaba a una tautología, algo obvio que saltaba a la vista, como los carteles intermitentes. Sí, fue una asociación de palabras al azar que me remitía al ir y venir de una luz que llamaba la atención, como diciendo "aquí está la verdad". Y en esa misma entrada de blog criticaba mi inconstancia en las "verdades" que descubría, mi cambio de opinión, como si no tuviera un compromiso con una sola postura y virara constantemente mi visión.

Ahondando un poco más en el significado de la palabra "intermitente", sin embargo, encontramos las siguientes acepciones:

1. adj. Que se interrumpe o cesa y vuelve a continuar sucesivamente.

2. s. m. Que se interrumpe y prosigue cada cierto tiempo

3. adj. Que se detiene y reanuda su actividad a intervalos regulares

Por lo tanto, y ahora más que nunca, se podría decir que no es hipócrita que este blog se titule así. Últimamente experimenté la intermitencia de muchas verdades que daba por sentado, pero no verdades científicas, comprobadas por algunos charlatanes de laboratorio, algo mucho más profundo y esencial, algo de lo que uno está seguro, o al menos cree estarlo. Para mi la única verdad importante en éste último tiempo (y probablemente en toda mi vida hasta ahora) había sido el amor. El amor que sentí y que siento y el amor que veía en los ojos que me desvelaban (pero de felicidad). Y no necesitaba ningún experimento para estar convencida de que eso que estaba viviendo era real. En estos once meses de mi vida (ayer, 28 de diciembre, se cumplieron once meses), o, mejor dicho, en estos nueve o diez meses de mi vida que pasaron, cada segundo estuve segura de una cosa: de que Matías me amaba. Y no como a un perro o a una amable persona que se preocupa por él, sino con locura, con esa pasión que sólo puede percibir el objeto deseado. Y era tal la intensidad de su sentimiento que le creí cada palabra que me dijo. Le creí cuando me dijo que iba a estar ahí cuando lo necesitara, que era una persona maravillosa, alegre, linda y divertida (y algunas otras muchas cosas más), que quería hacerme feliz, que era lo mejor que le había pasado, que lo iba a tener que dejar yo porque el nunca iba a dejarme ir, que me iba a amar para siempre hasta que fuera viejita y con arrugas, que era perfecta, que no me encontraba ni un defecto… y tantas, tantas, tantas cosas que perdí en la nebulosa de mi memoria.

Debería haberme imaginado yo, debería haberlo previsto porque ante todo soy una persona sensata y demasiado calculadora, que ésas verdades eran intermitentes. Que iban a cambiar con el tiempo, que no iban a permanecer eternamente, que iban a mutar, que iban a transformarse. Porque ya lo dice una gran cantautora "Cambia el clima con los años/Cambia el pastor su rebaño/Y así como todo cambia/ Que yo cambie no es extraño". Y si yo cambié, y si él cambió, si yo comencé a sentir una necesidad creciente de invertir tiempo en él y él, por el contrario, de ocupar sus días en otras aficiones, por qué habría de mantenerse el vínculo que nos unía, por qué iba él a sentirse satisfecho conmigo y yo satisfecha con sus demostraciones (cada vez más escasas por cierto), por qué iba a valer la pena permanecer juntos… Por qué sigo insistiendo en conservarlo en mi vida, por qué aún me siento bien a su lado, aún así, aún rota y arrastrada y despreciada... si la verdad ya cambió, si él es otra persona que no me interesa conocer, si lo único que es capaz de hacer es desilusionarme hasta el hartazgo… si ya no lleva libros de Platón en el bolsillo trasero del pantalón para leer en el colectivo, si ya no aparece sorpresivamente en mi zaguán con un ramo de flores o una bolsa con golosinas, si no me llama, si no se preocupa, si no le surge el impulso de compartir algo (por más mínimo que sea) conmigo.

Es hilarante pensar que una vez hablamos acerca de la verdad y yo le dije que no creía que existiera la verdad absoluta, que era subjetiva, que cambiaba de acuerdo a la persona, el contexto, etc. Y él me preguntaba siempre “¿En qué te basas?” y opinaba que sí había una verdad, que las cosas podían ser de una sola manera a pesar de que nadie pudiera conocerlas, que el asesino era uno y utilizaba un arma para su crimen y escondía el cuerpo en un solo destino.

Y hoy me pregunto si realmente algo de todo esto fue verdad en algún momento o yo lo imaginé, si fue más bien una mentira intermitente, un estar “hasta donde puedas, hasta donde nos dejen, hasta donde nos dejemos”, una prueba piloto fallida, otro de tus hobbies de medio tiempo…

La única verdad, después de todo, es que sólo tenemos verdades intermitentes. Instantes epifánicos que bien podrían ser alucinaciones de un drogadicto. Y vos, me guste o no, como todo en este blog, como todos los que pasaron y los que están por venir, fuiste una verdad intermitente. Más amena, más disfrazada tal vez… pero intermitente al fin. Y ahora las luces de este cartel están apagadas y se encienden a veces con un halo débil que ya no ilumina, a dim light, no se cómo decirlo en español… una luz opaca. El haz que se enciende cuando me atendes el teléfono después de días, llega a su punto álgido en el momento que nos vemos y se apaga repentinamente con cada uno de tus comentarios.

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