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domingo, 28 de noviembre de 2010

And if you run you can run to the Coney Island rollercoaster...

Eleanor se calza sus botas. Está tirada en el suelo de su habitación sintiendo toda la existencia de su cuerpo y sus tardes y el silencio. Caminando de madrugada por el desierto, sentada en la escalera balbuceando, buscando un tesoro en un caracol. Saltando, degustando la libertad con su lengua insípida. Bicicletas, música, tardes, tardes… ve un reflejo en el cielo raso mientras piensa en el paraíso y cuánto se le parecerá. No padece el encierro, no perece. No sabe tampoco lo que viene. Está sentada en el asiento trasero viendo pasar las manchas verdes atenuadas sin pensar en destinos. Cómo puede existir algo tan premeditado como el destino si ella está ahí ahora y cualquier cosa le puede pasar… si está caminando hacia el tedio anunciado sin saber que se puede poner mejor. Si marcha hacia la aventura encontrando la decepción, y aprende sin conciencia, y se levanta sin urgencia. Si versea inútilmente creyendo en algo que no existe, solo porque a ella le hace bien. Si pensaba que su misión era ser distinta pero en realidad sólo quería ser feliz. En un breve lapso la despreocupación había minado sus salidas. Una vida de obediencia, de disciplina. ¿Qué le había enseñado? Lidiar con las circunstancias era más difícil que el saber abstracto. Ya nada le parecía moralmente incorrecto. Era como estar desnuda de prejuicios ante una multitud romántica.

Eleanor se sube a la estatua y siente la necesidad imperiosa de volar, de sentir el vértigo del impulso en su rostro castigado por la ineficacia de las pastillas para dormir. Y ese es solo otro suceso más en su reciente vida de ajetreo emocional.

http://www.youtube.com/watch?v=-ws50OwSgdQ

 
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