Hoy, mis estimadísimos lectores, vengo a escribir con un poco de indignación. Porque ya saben que la indignación es buena, es una de las hermanas de la musa, es fuente de toda inspiración literaria para mi. Me indigno, luego escribo. En fin.
Noté hoy que una amiga compartía en facebook una frase de Cortázar extraída de una aplicación. Era la famosa: "Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos" que, como usted bien sabrá, se encuentra localizada en la primer página de Rayuela, su novela más célebre. Sí, en la primera. No fue la única vez que mi amiga compartió esta frase en su facebook, ni fue solamente ella quien lo hizo.
Me pregunto por qué el mundo entero recuerda casi pura y exclusivamente esta frase de una de las novelas canónicas de nuestro tiempo, una obra maestra de un escritor "de puta madre" (no hay otra forma de definirlo) que hoy en día es tomada en mi facultad como algo agotado, pero que estuvo y estará vigente por siempre para todos los que amamos la literatura, más allá de lo que las cultivadas mentes de la elite de intelectuales argentinos opinen al respecto. Volviendo al tema en cuestión, no puedo comprender por qué de 499 páginas de genialidad sin límites, la gente decide recordar esta bellísima frase que se encuentra precisamente no solo en el primer capítulo del libro sino en la primer página del mismo. Como si no pudieran hacer el suficiente esfuerzo para llegar a "De otros lados", a los capítulos prescindibles que son realmente "la joyita" de la novela. Como si pudiéramos resumir semejante novelón en una frase tan cliché y cursi como esa, teniendo otras tan brillantes como "La explicación es un error mal vestido" o "En nombre de los otros tiempos se hacen las grandes macanas en estos" o "No renuncio a nada, simplemente hago todo lo que puedo para que las cosas me renuncien a mí" o tantas, tantas, TANTAS otras. Imagino la frustración que sentiría Cortázar que estuvo años para escribir Rayuela, incluso realizó un borrador que llamó "El Perseguidor" (sumamente recomendable también), estudió el fantástico estilo que adoptó para escribirla, aprendió idiomas, inventó el glíglico, escuchó jazz, vivió en París... Todo para que se recuerde esa mísera frase. Tal vez si lo hubiese sabido se hubiera dedicado a la producción de señaladores, quizás así hubiese lucrado muchísimo más, quién sabe...
Creo que ninguna frase puede resumir Rayuela. Si tuviera que citar una sola, tendría que citar todas y cada una de las palabras que la conforman. Es imposible transmitir la magnificencia, la lucidez, el acierto que hubo en cada tecla de la máquina de escribir que presionó Julito cuando compuso esta novela.
¿Y por qué tengo que buscar en facebook para ver cómo se lo recuerda? Es solo un caso particular que ejemplifica la generalidad. Recuerdo que a principios de cuarto año en el colegio secundario nos pidieron que llevemos algo relativo a la literatura que nos gustara. Yo llevé un poema de Lope de Vega que comienza con "Desmayarse...". Un compañero de curso llevó la frase matadora de Rayuela. En ese momento me sentí deslumbrada, hoy veo que solo era otro miembro del club.
¿Se preguntan cuál es el verdadero motivo de mi indignación? El miedo. Así como a Julio Cortázar se lo recuerda por "Andábamos...", probablemente a Francella se lo recuerde por "A ponerla" y a Maradona por "Que la sigan chupando". ¿Me importa? No, no me importa en absoluto, no admiro a esta gente y no me interesa que sus esfuerzos por alcanzar la gloria sean reducidos a dos frases impertinentes. Sin embargo, admito que este peligro está vigente para todos. La inquietud que me genera esta situación es la siguiente: ¿Cuál será la frase con la que se me recordará a mí?
Hay casos en los cuales se les atribuye frases a autores o figuras públicas, frases que jamás fueron pronunciadas por ellos. Bob Marley es uno de los más castigados por esta mala costumbre. Aún peor es cuando esas frases pertenecen a otra persona, puede ser perjudicial o puede beneficiar al implicado, pero aun así es inmoral en el primer caso y una falta de respeto a quien realmente la pronunció en el segundo.
De manera que no estamos a salvo de la memoria selectiva de nuestros seres queridos, de nuestros admiradores, de nuestros lectores. Siempre estamos expuestos a ser recordados por lo que no queremos, por lo más insignificante, por la primer página de nuestra obra, por el momento de enojo, por la falta de escrúpulos.
Para cerrar este breve ensayo no me queda más que decirle, señor lector, señora lectriz, que si planea citar a Cortázar, si usted se atreve a citar al magnífico Julito, mínimamente, léase toda la novela.
Las líneas de Nazca/ Diario #1
Hace 7 años