Tomás no es mi amigo, Tomás es pelirrojo. Cuando va a la facultad usa anteojos cuadraditos y lleva un bolso de cuero cruzado. Tomás pregunta en un parcial de sociología qué significa "plusmaría". Tomás fuma porro. Tiene amigos que fuman porro. Tiene el cerebro lleno de porro. Tomás tiene bermudas, tiene barba, ahora es escasa pero alguna vez fue de fauno. Tomás conoció a Andrea.
Andrea usa remeras de pulp fiction. Andrea se tiñe y usa flequillo. Andrea gana siempre en el carrera de mente. El profesor siempre menciona a Andrea: "Como dice Andrea...". No la conozco a Andrea. Me hace acordar a una chica que compone canciones zarpadas sobre su psicólogo. Me hace acordar a una canción zarpada sobre una muchacha ligera. Solo se que leyó a Fodor. Y a Chomsky. El resto me lo puedo imaginar.
Andrea y Tomás viajan en el 44. Él le cuenta sobre los poetas posmo que conoció en una exposición y que devinieron en filósofos a causa de la voluntad divina, sobre los seis casos del latín, sobre los mantras que invoca en su meditación. Todo lo remite a Osho, a Coelho, al Bhagavad-guitá, a la mística o al misticismo. Andrea sonríe y baja la cabeza, se pierde en la monotonía de su voz, asiente, acota... Andrea no sabe lo de la plusmaría, Andrea está fascinada, no sospecha. Tomás cruza una mirada cómplice conmigo, o tal vez me imagino que me está pidiendo, que me está rogando, que me está extorsionando, comprando mi silencio... Pero está fuera de peligro, yo voy sentada y ellos están lejos y estoy agotada de las seis horas de práctico y de verlos hablando. Me genera algo de intriga y a la vez me repugna su cháchara intelectualoide, tal vez porque nunca terminé bien parada teniendo una conversación de esa índole. Lo que en realidad me asquea es esa fascinación que siento por dos seres que se saben almas gemelas.
Por un segundo me miran, me miran como sabiendo, como advirtiendo que se está redactando esta historia en mi imagen acústica, como dándose cuenta de que fabulo, de que les invento una vida más apasionante, menos lisérgica, como lo hago en cualquiera de mis viajes en transporte público. Los veo gesticular y pongo palabras en sus bocas ansiosas tratando de respetar las personalidades que formé para ellos durante mis vastas ocurrencias. Quizás Tomás no es tan fanático de Silvio Rodriguez, y no está diciendo Silvio esto y Silvio aquello mientras Andrea le habla de otros trovadores que la inspiran a escribir sus incontables bitácoras ancestrales cubiertas de boletos borroneados, de entradas de cine y de mechones de pelo. Todo esto no está pasando, todo esto que va de algún módulo de la mente-cerebro a mis dedos veloces lo estoy planificando sin permiso de nadie, pero para ustedes es lo que sucede. Y esta intervención es como la ruptura de la cuarta pared, como cuando un actor se dirige directamente al público y le recuerda que lo que está viendo es solo una representación de hechos ficticios.
Andrea se baja del colectivo bruscamente, no le gustan las despedidas. Tomás disimula, mira hacia afuera por un momento. Cuando está a salvo, se agarra la cabeza.
De algún modo quedo parada en la misma bocacalle que Tomás, y luego en la misma parada. Por algún motivo que no logro descifrar, no nos saludamos. Dije que Tomás no era mi amigo, es cierto... pero lo conozco, sabe que se lo de la plusmaría, sabe que se de sus mantras y de sus porros. Solo que parece que ahora que Tomás es Andrea y Andrea es Tomás, que son uno intentando conquistar el paraíso de la sapienza, perdí el derecho a su saludo. No es que me interese su hola-de-compromiso; me molesta que me incomode estar parada atrás suyo y no poder hablarle. Aunque cuando le hablaba, cuando todavía lo saludaba-por-compromiso, me sentía incómoda igual. Me miraba con esos ojos chiquititos de drogodependiente exacerbado, son verdes pero casi ni se nota, nunca lo había notado hasta ese momento en que lo vi charlando con Andrea y brillaron como nunca. Puede que sea la magia del amor, o que haya dejado el porro, eso tampoco lo se. Nada de esto es relevante, nada de esto hace al relato... este relato es nada.
Cuando le preguntamos por qué lo había hecho, por qué había confundido una oclusiva con una nasal, una lateral con una vibrante; Tomás nos contestó que no sabía. Incluso, si mal no recuerdo, le echó la culpa al porro, pero eso es algo que pasó hace mucho y, de todos modos, desde que Tomás es Andrea, ya no tiene importancia.
Ay plusmaría, cuándo serás mía
Si Marx quisiera todo te daría...