jueves, 20 de junio de 2013

Certezas

Estoy convencida de que la indiferencia es la vecina insensata del amor, la que le toca la puerta para pedirle una tacita de azúcar y, cuando él se distrae, se lleva todo el paquete.

Estoy convencida de que la Facultad de Ciencias Exactas es el único lugar donde seno y curva no tienen significado - ni significante - eróticos.

Estoy convencida de que si fuera machista y misógina diría que el contrabajo tiene cuerpo de mujer: cerebro chiquito, curvas pronunciadas y culo grande.

Estoy convencida de que en cada juego apostamos la dignidad.

Estoy convencida de que el vodka con pomelo es uno de los inventos más efectivos para disolver el superyó sin mayores esfuerzos.

Estoy convencida de que mi título universitario no me va a dar de comer. A menos que empiece a comer papel.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Algunas señales (-Querida, estás gorda)

Hay momentos, momentos en la vida en los cuales te das cuenta de que la ropa que te regalaron en tu cumpleaños de quince ya no te queda tan holgada o al menos no como te quedaba cuando tenías diecinueve. No importa, tenías quince años, es comprensible. De repente empezás a notar que la pollera linda, de lunares y botones rojitos, que te compraste apenas un verano atrás no te cierra. Bueno, puede suceder. Cuando decidís ponerte la otra pollera, la de modal a rayas blancas y negras que te regalaron para tu cumpleaños - noviembre del año pasado, ¿Cuánto pasaron? ¿Seis meses? - y de pronto, te mirás al espejo y sos - S.O.S, LIBEREN A WILLY - una ballena franca austral, empiezan las preocupaciones. Sabes bien cual va a ser la - sincera, dolorosa - respuesta de tus padres al hacerles la pregunta: ¿Me hace ver muy gorda esta ropa?

Ponete otra cosa.
No importa, es de cadera, no tenes panza, con algo sueltito lo disimulás bien.
No es tan grave, tenes un poquito de sobrepeso nada más.
Cerra la boca porque te va a quedar el cuerpo deformado.
Tenes que dejar la pepsi, empeza a tomar agua mineral
Porciones más chiquitas
No tanto dulce
Comprate otra ropa
¿No tenes otra cosa para ponerte? 
¿No tenes tiempo para hacer ejercicio?
Tenes que hacer ejercicio
Estás sentada en una oficina todo el día

Sí, sí y sí. Pero... ¿Por qué?  ¿Por qué a mi? Yo era flaquita... yo comía, comía lo que quería. Ahora mi propia ropa complota contra mi. Como si se me hubiese revelado, como si fuera una venganza por todo lo que comí sin culpa en esta vida entera... Todo vuelve. En forma de grasa adiposa. Y se instala. En mi cuerpo.

Nunca entendí el mambo de mis amigas - de las mujeres en general - con el tema del peso. Siempre parecía que era una obsesión inútil. Les decía que dejen de preocuparse mientras le hincaba un diente al cuarto de libra con queso viendo con lástima - con repugnancia - la ensalada César, tomándome un café con tres cucharadas de azucar y detestando el edulcorante, casi indignándome ante la visión de una galleta de arroz. Ahora me siento mal cuando la gente que me conoce insiste en que no estoy gorda. Pero yo lo veo. No me mientan, estoy gorda. Ahí pueden ver el rollo, ahí pueden tocarlo. Me sobra carne, carne que antes no estaba. 

¿Cómo fue? Fue estrepitoso. El año pasado me ponía esta ropa todos los fines de semana, era una diosa. Todos mis vestidos son ajustados. Todas mis remeras son de modal o lycra. Jamás me sentí culpable por comerme una porción de lemon pie. En enero me vieron desnuda y me elogiaron el cuerpo - ¿Estaba gorda ya? No lo se.

Nunca había notado lo flaca que era. Ni yo ni el resto de la gente. Ahora es ver una foto de cualquier modelo y darme cuenta. Ver las fotos de las últimas vacaciones de mi mejor amiga en Santa Teresita. Qué hija de puta. Y tiene un año más que yo, ni siquiera tengo esa excusa. 

¿Cuándo fue que empecé a comer desaforadamente? Tal vez cuando me dejaron de tomar en serio. ¿Qué hago? ¿Gasto en el psicólogo o gasto en el gimnasio? En el gimnasio, para psicólogo está este blog. Aunque no me responde. Hola, blog, dame una respuesta. Decime por qué estoy gorda, y si estoy gorda porque comí mucho decime por qué comí tanto, y si comí mucho porque no me tomaban en serio decime por qué nunca me toman en serio. Por ahí sentía que esa medialuna me tomaba más en serio que el resto. 

Pensé un par de soluciones. Pensé en empezar a fumar porque supuestamente te saca la ansiedad. Después me di cuenta de que iba a dejar una adicción para empezar con otra. Como medida de acción dejé la gaseosa y las cosas dulces. Las harinas no las largo. Hoy me comí una pizza kilométrica. El lunes empiezo el gimnasio.

Mientras tanto, voy haciendo este reporte. Ahora me toca experimentar este abismo. Odio las cintas de correr y las bicicletas fijas, odio el sudor del gimnasio y su olor a adrenalina. No necesito pisar uno para saber que los odio, simplemente lo se.

Una amiga me ofreció ir a Cormillot pero siempre pensé que era un viejo chanta. Algunos de mis ideales tienen que permanecer intactos. No voy a pagar 400 pesos para que ese señor me haga cagar de hambre, para eso me mudo a Etiopía. 

Mis ideales, ¿Qué quedará de mis ideales? Dije nunca dietas, ahora semi-dietas, dije no gimnasio, ahora gimnasio. Después digo que me enorgullezco de ser una persona consecuente con sus actos. Pero sino ¿Quién me va a querer? Me falta tener gatos y vivir sola para completar el estereotipo de mujer solterona.

En el fondo se trata de eso, porque sino no me importaría y me quedaría tirada comiendo pochoclos y viendo una peli. Hoy fui al cine y no comí pochoclos. Es difícil no masticar nada estando en el cine, es difícil no masticar nada estando en cualquier situación cotidiana - me voy a empezar a comer las uñas.

viernes, 24 de mayo de 2013

Cortito y al pie - panoramas de un colectivo imaginario


Hoy en el colectivo había un pibe con toda la pinta de american psychobolche - un sketch de Capusotto, para quienes no lo conocen. Boina CON POMPÓN negra ladeada hacia la izquierda, pelo lacio, largo y graso; zapatos de suela y cordones gruesos y la campera colocada cual poncho por encima del hombro. En el mismísimo momento en que la idea se insinuó en mi cabeza, miré hacia la izquierda - a través de la ventanilla - y visualicé, por vez primera, como un milagro, como una visión, la cara del Che pintada sobre una pared. ¡Qué maravilla! (las coincidencias).

Primero vi a la cuarentona sentada con la chirusita que escuchaba cumbia a todo volumen, con su piercing en el labio superior - es impreciso decir labio superior, era el bozo - el pelo lleno de hebillas y una trenza completando el estilo. Traían muchos bolsos, como que se iban en un viaje largo, sentadas en los asientos que están dados vuelta - los que me marean, los que nunca acepto aunque sea bondi lleno. Cuando se pasaron adelante empecé a sospechar. El chofer miraba disimuladamente por uno de los espejos a las mujeres, que se habían instalado cerca suyo, como controlando sus movimientos. Creo que vi la gota de sudor rodando por su rostro cuando la mujer rulienta le hizo un gesto a su ¿hija? para que se moviera. En un primer momento consideré a la mujer rulienta - la cuarentona - como la esposa del chofer, y a la otra como la hija. Después me di cuenta de que el chofer era demasiado joven para la cuarentona, entonces se me ocurrió que en realidad lo que estaba sucediendo era que el chofer estaba camelando a la niña desde hacía un tiempo, y la madre le había propuesto aceptar la propuesta de casamiento de su yerno hacia su hija SÍ Y SÓLO SÍ - y escuchen bien - podía corroborar por un día que él fuera un conductor decente, recto, un ciudadano hecho y derecho. Cuando subía una mujer al colectivo, la madre y la hija, como un jurado dignísimo e insobornable, corroboraban que la mirada del pretendiente no se deslizara por el escote de la señora. Pero el control no finalizaba allí: cuando la señora terminaba de pagar el boleto, Su Señoría se encargaba de asegurarse de que su futuro hijo político no observara disimuladamente el espejo retrovisor en busca de otros atributos femeninos. Si el semáforo estaba en rojo, la matrona confirmaba que los neumáticos no tocaran la senda peatonal. La hija parecía indiferente, no le interesaba realmente si su prometido pasaba la prueba de fuego, solamente quería bajarse de esa cachitrina para poder llegar a su casa y sacarse fotos en el espejo haciendo cara de pato. Yo sentía los nervios de ese pobre hombre, como si estuviera rindiendo una prueba de resistencia sin gatorade, utilizando sus últimos esfuerzos para mantenerse concentrado, frenar a tiempo, no olvidar poner el giro en la siguiente bocacalle, jugándosela para ganarse el respeto de su amada. Noté que en algunas ocasiones el pie se le deslizaba del acelerador, como si no pudiera, como si estuviera bajo demasiada presión, ¡POBRE HOMBRE! ¿NO SE DAN CUENTA, BRUJAS, DE QUE SÓLO QUIERE TRABAJAR?

Ella venía llorando porque se había terminado, y porque el colectivo había tardado una vida, y porque unas viejas que hablaban muy fuerte y hacían preguntas retóricas le caían mal. Mientras se retrotraía a los últimos momentos, aferrándose de los pocos recuerdos fidedignos que podía rescatar en ese ovillo de incertidumbres, borraba los mensajes de texto que tanta satisfacción le habían producido al ser leídos una y otra y otra vez en una estación de subte, en un bar haciendo tiempo, en una reunión familiar. Agotado el placer, se hundía en la autocompasión, sabiéndose observada pero por completo indiferente a los códigos sociales impuestos. De repente cruzó la mirada con una mujer, apenas mayor que ella, que le ofreció un pañuelo descartable. Sintió que necesitaba decir algo, que ése era el único vacío capaz de llenarse en ese momento:
-Cosas que pasan.- afirmó con convicción, secándose las lágrimas.
-Ya va a pasar.- aseguró su interlocutora.
Y tenía razón. Todo pasa.

En una de esas tardes de nudo en la garganta, la muchacha viajaba en colectivo con sus anteojos de sol. Se sentía protagonista de un melodrama, llorando tras los cristales, protegida por esa intimidad de algunas pulgadas que le otorgaban. Todo el viaje se desahogó de lo lindo, sin hipar, sin suspirar, sin emitir sonido, solo lágrimas silenciosas. Se sentía impune, como si estuviera cometiendo un crimen imperdonable y nadie tuviera pruebas para acusarla de ello. Cuando empezó a bajar las escaleras del subte, se sacó los anteojos y comprobó, con horror, que le faltaba uno de los vidrios. La coartada se destrozó. Con incredulidad, la protagonista siguió bajando las escaleras construyéndose una anécdota para subsanar el bochorno. Nunca se volvió a sentir tan cerca de los loquitos simpáticos que hablan solos, escrutados por la gente a veces con temor, a veces con lástima. 

domingo, 19 de mayo de 2013

¿Pobre viejo?

Pobre viejo, murió en una celda común
Pobre viejo enfermo, seguro que su muerte fue un complot
Pobre prócer, pobre mártir, pobre patriota
Murió solo, murió habiendo defendido sus ideales hasta el último momento

Murió quien nos salvó de la subversión
Quien nos devolvió la paz y la estabilidad
Murió el general, murió el héroe
Murió el que limpió la patria de delincuentes

¿Pobre viejo? Murió el que mandaba a tirar gente viva de aviones
¿Pobre viejo enfermo? Murió el que no vaciló en ordenar la tortura y el fusilamiento
¿Pobre prócer? ¿Pobre mártir? ¿Pobre patriota? Murió el abusador, el que permitió que se llevaran bebés de souvenir.

El que promulgó la picana - pobre viejo
El que nos destruyó la cultura - murió solo
El que atentó contra los derechos civiles - murió el patriota
El que hizo desaparecer media generación, y al resto les centrifugó los cerebros - murió en una celda

El viejo murió y con él se fue la humanidad, se fue la justicia, se fue la libertad. El viejo murió y nos dejó esta sociedad con la base carcomida, con brotes de extrema derecha, esta sociedad delirante, esta sociedad vacía.

Su muerte no es una victoria, su muerte nos recuerda que el peligro está vigente. Porque antes de morirse el viejo dejó una herencia además de los destrozos del neoliberalismo, el miedo y el descreimiento. El viejo dejó a sus pichones agazapados, listos para atacar, para golpear. Sus vástagos - justificadores del horror, propulsores de la esclavitud de expresión, amantes del "orden", amigos de la ignorancia - están entre nosotros.

Es nuestro deber como ciudadanos impedir que se repita, que haya otro pobre viejo, otro pobre mártir que venga a salvarnos a costa de la masacre, del derramamiento de sangre, aprovechándose del error de los gobiernos subsiguientes, tomando la posta de quien fuera el emblema del terrorismo de estado. Si queremos un cambio, si queremos avanzar como sociedad, tenemos que pensar en un modelo que vaya para adelante, no en retroceso, no reivindicando a los asesinos, no justificando los horrores del pasado con los errores del presente.

http://ar.noticias.yahoo.com/d%C3%ADas-vivi%C3%B3-penal-000000737.html

miércoles, 1 de mayo de 2013

Basta, no juegues más al rapsoda, al filósofo, al aedo, al Baudelaire, porque entonces me entran ganas de jugar a la Musa. Sí, jugar, solo jugar, porque no te inspiro nada, y después de todo vos no sos Homero, y yo no soy una diosa griega que desciende del Olimpo, y nada tienen de mágicas las palabras que utilizas para engatusarme. Quizás fue tu biblioteca, tu colección de escritores exóticos, de rusos con nombres terminados en -oski y en -ov, de ediciones supuestamente limitadas, ajadas, añejas que te jactas de haber conseguido con orgullo felino cuando más de una vez las vi en Plaza Italia mientras el vendedor buscaba con desesperación deshacerse de ellas. No se por qué los vendedores no entienden que no necesitamos ayuda, que no nos hacen falta guías en los laberintos de libros como ese que tenías en tu cuarto, un laberinto digno de Dédalo, digno de Borges, con todos los fascículos apilados desprolijamente y en el medio una bestia mitológica o la excepción de una regla metafísica. Decía que quizás fue tu biblioteca o tu colección de películas de Tarantino o el haberte declarado autodidacta (Sorry, "αυτοδίδακτος δ` ειμί"), una suma de factores imprescindibles para capturar la atención de un alma ingenua. No se qué fue lo que fue, sea lo que sea que haya sido era inevitable. Las palabras siguen resultandome extremadamente eróticas, más que cualquier forma de tacto, más que cualquier acción extraordinaria que alguien pueda llevar a cabo con su boca o con su miembro. Pero me refiero a las palabras altas, las esbeltas; no las bajas, las grotescas,  las insignificantes.

Vos, segunda persona del singular, no sos ninguno y sos todos. Todos y cada uno de los hippies, bohemios, anarquistas, escritores que pasaron por mi vida y de los que me enamoré. Al final descubro que solo se trata de otro par de cromosomas dispar, que verdaderamente saliste de la misma fábrica que el resto de todos ellos, los que me destrozaron el orgullo, me pisotearon la paciencia y me rompieron el corazón so pretexto de ser unos incomprendidos, unos infelices, unos pobres diablos que solo buscan la armonía consigo mismos y que encuentran desequilibrios entre cualquier par de piernas - por no ser más específica, y "sos muy buena pero estoy hinchado las pelotas", y "ahora no puedo pero quizás en otra vida".

Baja el telón y se desarma la coartada que te salvaba,  no sirven las excusas: "la explicación es un error mal vestido". Yo vuelvo a los libros, mi único vicio, esperando al próximo candidato fallido mientras vos tomás ginebra y comés con la boca llena, bajo, grotesco, insignificante.

sábado, 27 de abril de 2013

Tomás y Andrea o el amor en los tiempos del bondi

Los hechos y/o personajes de la siguiente entrada son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.


Tomás no es mi amigo, Tomás es pelirrojo. Cuando va a la facultad usa anteojos cuadraditos y lleva un bolso de cuero cruzado. Tomás pregunta en un parcial de sociología qué significa "plusmaría". Tomás fuma porro. Tiene amigos que fuman porro. Tiene el cerebro lleno de porro. Tomás tiene bermudas, tiene barba, ahora es escasa pero alguna vez fue de fauno. Tomás conoció a Andrea.

Andrea usa remeras de pulp fiction. Andrea se tiñe y usa flequillo. Andrea gana siempre en el carrera de mente. El profesor siempre menciona a Andrea: "Como dice Andrea...". No la conozco a Andrea. Me hace acordar a una chica que compone canciones zarpadas sobre su psicólogo. Me hace acordar a una canción zarpada sobre una muchacha ligera. Solo se que leyó a Fodor. Y a Chomsky. El resto me lo puedo imaginar.

Andrea y Tomás viajan en el 44. Él le cuenta sobre los poetas posmo que conoció en una exposición y que devinieron en filósofos a causa de la voluntad divina, sobre los seis casos del latín, sobre los mantras que invoca en su meditación. Todo lo remite a Osho, a Coelho, al Bhagavad-guitá, a la mística o al misticismo. Andrea sonríe y baja la cabeza, se pierde en la monotonía de su voz, asiente, acota... Andrea no sabe lo de la plusmaría, Andrea está fascinada, no sospecha. Tomás cruza una mirada cómplice conmigo, o tal vez me imagino que me está pidiendo, que me está rogando, que me está extorsionando, comprando mi silencio... Pero está fuera de peligro, yo voy sentada y ellos están lejos y estoy agotada de las seis horas de práctico y de verlos hablando. Me genera algo de intriga y a la vez me repugna su cháchara intelectualoide, tal vez porque nunca terminé bien parada teniendo una conversación de esa índole. Lo que en realidad me asquea es esa fascinación que siento por dos seres que se saben almas gemelas.

Por un segundo me miran, me miran como sabiendo, como advirtiendo que se está redactando esta historia en mi imagen acústica, como dándose cuenta de que fabulo, de que les invento una vida más apasionante, menos lisérgica, como lo hago en cualquiera de mis viajes en transporte público. Los veo gesticular y pongo palabras en sus bocas ansiosas tratando de respetar las personalidades que formé para ellos durante mis vastas ocurrencias. Quizás Tomás no es tan fanático de Silvio Rodriguez, y no está diciendo Silvio esto y Silvio aquello mientras Andrea le habla de otros trovadores que la inspiran a escribir sus incontables bitácoras ancestrales cubiertas de boletos borroneados, de entradas de cine y de mechones de pelo. Todo esto no está pasando, todo esto que va de algún módulo de la mente-cerebro a mis dedos veloces lo estoy planificando sin permiso de nadie, pero para ustedes es lo que sucede. Y esta intervención es como la ruptura de la cuarta pared, como cuando un actor se dirige directamente al público y le recuerda que lo que está viendo es solo una representación de hechos ficticios.

Andrea se baja del colectivo bruscamente, no le gustan las despedidas. Tomás disimula, mira hacia afuera por un momento. Cuando está a salvo, se agarra la cabeza.

De algún modo quedo parada en la misma bocacalle que Tomás, y luego en la misma parada. Por algún motivo que no logro descifrar, no nos saludamos. Dije que Tomás no era mi amigo, es cierto... pero lo conozco, sabe que se lo de la plusmaría, sabe que se de sus mantras y de sus porros. Solo que parece que ahora que Tomás es Andrea y Andrea es Tomás, que son uno intentando conquistar el paraíso de la sapienza, perdí el derecho a su saludo. No es que me interese su hola-de-compromiso; me molesta que me incomode estar parada atrás suyo y no poder hablarle. Aunque cuando le hablaba, cuando todavía lo saludaba-por-compromiso, me sentía incómoda igual. Me miraba con esos ojos chiquititos de drogodependiente exacerbado, son verdes pero casi ni se nota, nunca lo había notado hasta ese momento en que lo vi charlando con Andrea y brillaron como nunca. Puede que sea la magia del amor, o que haya dejado el porro, eso tampoco lo se. Nada de esto es relevante, nada de esto hace al relato... este relato es nada.

Cuando le preguntamos por qué lo había hecho, por qué había confundido una oclusiva con una nasal, una lateral con una vibrante; Tomás nos contestó que no sabía. Incluso, si mal no recuerdo, le echó la culpa al porro, pero eso es algo que pasó hace mucho y, de todos modos, desde que Tomás es Andrea,  ya no tiene importancia.



Ay plusmaría, cuándo serás mía
Si Marx quisiera todo te daría...

lunes, 8 de abril de 2013

Moleskine 14 (o "anteojos nuevos")

Parecería que no es justo tener derecho a ver cada partícula de polvo, cada arruga en la cara de una mujer, cada frunce y cada pliegue de una boca o una mano. El miope de siente azorado, se encuentra cohibido por imágenes nítidas de un universo que no parecía destinado a él. Y sin embargo ahora todas las calles tienen nombre, todas las hojas se mueven en su individualidad, los objetos recobran su contorno y dejan de ser amenazantes. Surge un nuevo pasatiempo: pararse en una esquina y medir las dimensiones, calcular las distancias, inventariar los rostros y formar palabras con las patentes de los automóviles. El miope pasa de su mundo de metro y medio a la vastedad absoluta. Hay cierto pudor, cierta nostalgia encapsulada, cierto arrepentimiento: "¿De qué me habré estado perdiendo?". Jamás lo sabrá: el miope olvida, entre la niebla de sus ojos, los bocetos inacabados que lo rodearon alguna vez.
 
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