Había una vez una chica feliz que tenía todo lo que quería. Que sentía que no le hacía falta nada más, que todo era perfectamente simétrico y tenía explicación. La ingenua se creía merecedora de tal felicidad, y por ello intuyó que iba a durar.
En un abrir y cerrar de ojos se derrumbo la utopía que había construido, todo lo que sostenía esa estabilidad había terminado y la protagonista se sentía navegar sin rumbo en el fango del dolor y la angustia. Sentía que la mentira empañaba cualquier sentimiento de satisfacción anterior. Al principio fue la incredulidad, con los minutos llego la ardorosa desesperación y, solo después de una ardua agonía, la aceptación.
Lentamente comenzó a levantar la cabeza del fango y pudo ver que todos los símbolos de la naturaleza que representaban la alegría seguían vigentes para el resto de las personas. Paso a paso fue caminando hacia una resignación prudente, una amargura obligada, saliendo del fango, quedándose a la sombra, cómodamente por una vez después de haber luchado con tanto ímpetu.
Por momentos un reflejo de ese viejo sol le pegaba en los ojos y le ardía... entonces obedientemente sus pies regresaban a la sombra y cada vez se iba ocultando más y más en ella.
Pero no dependía de ella estar en la sombra. Su vida está transformándose de nuevo en una serie de secuencias turbias, en un maremoto que la ahoga y no da tregua... BASTA de sentir. Hasta aca llegue...
Hay una canción de Drexler que dice: "Qué habré hecho yo de bueno para que la vida crea que yo te merecía"
Y ahora digo: "Qué habré hecho yo de malo para que la vida se pusiera tan mierdosa" Nada. Nada menos...