Los hombres nunca maduran. Aún con esposa y varios hijos siguen en la boludez de los 15 años. En sus hogares son machos muy distinguidos… y hasta ahí nomás. Le deben plata a su mujer que prácticamente los mantiene desde que el corralito los dejó sin fondos. Si hablamos del momento en el que se juntan con sus amigos estamos en el horno. Los chistes subidos de tono siguen siendo su diversión principal. Las pobres cónyuges solo llegan a articular un “¡¡Ayy, Caaarrlooosss, pero que guaraangooo!!”… es decir… no Carlos, Señor X, porque esto no se basa en nadie en particular, no, no. Por otro lado, fuman habanos y otras porquerías de unos diez centímetros de largo como si sus débiles pulmones siguieran resistiendo más humo que ingresa a sus vías respiratorias. Si le pidiéramos a un señor que ronda los cuarenta que abra su orificio bucal encontraríamos todas las caries que no se dispuso a arreglar porque “no hay tiempo”, y un par de prótesis dentales que pega con la gotita “provisoriamente”. Sus ojos gastados no consiguen la paz que les puede brindar un oculista, deben conformarse con lentes de segunda mano comprados en un puestito en la calle mientras exclaman, a voz en grito, “estaban de oferta… ¡Son buenísimos! ¡Mirá, mirá como veo ahora!”. Su memoria es un colador también, no retienen ni media fecha, cosa que a las mujeres les pone los pelos de punta de la indignación. Pero no nos extraña, sabíamos de su distracción desde esa primavera donde nos regaló unas flores artificiales pensando que eran producto de la madre naturaleza. Y juro por dios que conozco a ALGUIEN que lo hizo. Hablando de flores, tienen excusas hasta para eso: “No te compré flores porque me recuerdan a los muertos, a los cementerios”. Con la edad y la ropa también tienen un trauma. Mientras que las mujeres siguen siendo jóvenes hasta los 59, ellos ya están agonizando apenas 20 años antes. “¡Estoy viejo!” exclaman con pesada resignación. Por esto, a partir de los 30 dejan de festejar sus cumpleaños y sueñan con ir al país de nunca jamás a volar con la ayuda de campanita. En cuanto al tema vestimenta tenemos dos problemas: el “¿Dónde lo metiste?” y el “Ay, la puta madre”. El primero es siempre lo mismo, como no se cambian la ropa por días o se ponen siempre lo primero que encuentran, dejan todo tirado y pretenden que quede así hasta su retorno al hogar… incluyo en estas prendas a los calzones sucios. La típica charla con su mujer en estos casos serían “¿Chee mi buzo verde donde está? ¿Lo pusiste a lavar?”. El segundo problema puede variar de color y textura y siempre pasa al horario de la comida. Los más variados condimentos, especias, salsas y grasas van a parar a la camisa reluciente. “Ay, la puta madre, me manché” dicen, y parece que van a ponerse a rabiar. Y no, no aprenden, por algo tienen que usar saco, para ocultar todo lo que se tiraron encima el día anterior. Tienen otras actitudes de inmaduros, pero son tantas que no entrarían en mil carillas. Podríamos mencionar las puteadas con sus hijos varones pequeños, las escupidas que pegan por la ventanilla del auto, escuchar música en inglés y cantar por fonética y desafinadamente, bajar música del ares y estar feliz como un nene con un caramelo, quedarse literalmente boludeando en la computadora hasta el otro día y no poder trabajar por estar hecho goma, pedir que lo despierten a las nueve de la mañana y en realidad abrir los ojos a las doce del mediodía, creer que las reuniones de padres o actos escolares son “huevadas sin sentido” aún cuando su hijo los espera con ojos brillantes de la excitación para mostrarle lo que aprendió. Aún así su encanto atrae al sexo femenino y varias hemos heredado aspectos avergonzantes pero tiernos de sus personalidades. Tal vez sea ese niño interior, despistado y desfachatado, el que nos conquista día a día con su sonrisa y sus locuras.