El sol es molesto en todo sentido. Se la pasa carcomiendo el barniz de cada pobre puerta que se interpone ante él. Nos hace sufrir el sofoque de las altas temperaturas, complica la vida de la mitad de la población: emos, góticos y hasta metaleros. Esa pobre gente sufre de calor las 24 horas del día, como si el arrogante los discriminara por vestirse de otra forma, los castigara. Para no salir lastimado hay que encremarse la totalidad del cuerpo antes de presentársele, caso contrario, destruye la piel y hasta la cordura. Pero dejemos de hablar de sus innumerables fallas y toquemos al fin el tema que nos apaña. Gracias al agua vivimos y si no fuera por la lluvia no habría renovación, ni siquiera quedarían vestigios de ella por ningún lado. Si bien los dioses adoraban a la engreída bola de fuego, no le hacían danzas como a nuestra querida lluvia. Desde tiempos inmemoriales se la vio como símbolo de fertilidad y continuidad de las especies. Su olor particular es preferido por casi todos, excepto claro, los raros como ustedes. Hasta hay vestimenta para los días de lluvia, ¡Y es tan simpática! botas que chapotean, paraguas de colores, guantes con dibujitos, bufandas tejidas por seres queridos.

(Yo soy partidaria del sol...)