domingo, 31 de agosto de 2008

So lonely...

Eran las tres de la mañana y no podía dormirse. Se quedo en la computadora sin excusas ni razones. Después se dio cuenta de que ya no quería estar en esa posición. Apagó el monitor y se sintió sola. Suspiró largamente y se sintió sola. Apoyo la cabeza en sus brazos, miró su reflejo en el espejo y se sintió muy sola. Entonces, cuando sentía que todo estaba perdido, tuvo ganas de escribir. Prendió de nuevo el monitor y tecleo algunas palabras insulsas pero reconfortantes. Y a pesar de que estaba un poco mejor, como si librarse de ese asunto escribiéndolo le hubiera hecho bien, se sintió sola otra vez. Y en ese momento se dio cuenta de que, aunque le encantara, escribir no iba a sacarla de su soledad. Escribir ya no le parecía la solución a todos sus problemas. De hecho nunca lo había sido pero ella lo consideraba así en el pasado. Ahora sufría porque se daba cuenta de que su refugio resultó ser una choza de paja que el lobo feroz de los tres cerditos podía destruir con un soplido. Ya no era ese fuerte impenetrable de muros altos y gruesos. Era como esas bochornosas ruinas que están ahí pero no sirven para nada. Son solo polvo, escombros del ayer, admirados siempre por lo que fueron. Lo único que se sabía era que no tenían futuro. Su tiempo se había acabado desde ese demoledor momento. Deleitar con frases ya no la motivaba, no la ayudaba, no resultaba útil ni valedero. El arte de impresionar con poesía y narrativa la carcomía, porque le gustaba pero no le servía. Siempre estaría así, sola, y no era lo que ella quería. Tenía que salir a ver el mundo, conocer gente, vivir experiencias. Tal vez después habría tiempo para un último relato, una biografía donde aparecieran un atardecer en África, un desfile glamoroso en París y una borrachera en Nueva York. Algo emocionante, despampanante, exorbitante. Algo que hiciera aunque nadie diera fe de ello, que sorprendiera a cualquiera que la conociera.

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