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Reflexiones de un lunes por la noche
Pueden arrancarme todo lo que es mío, arrebatarme cualquier cosa que haya conseguido, pueden aplastarme hasta hacerme polvo. Sí, eso y muchas cosas más. Humillarme, robar mi identidad tal vez, ser dueño de cualquier cosa tangible que posea. Pero nadie puede copiar lo que pienso, cómo escribo. Ningún ser humano lo intente o no logrará meterse en mi mente alguna vez, tener mi visión de las cosas. Y agradezco que así sea porque a veces es lo único que me mantiene en pie, esa capacidad de poder decir siempre lo que pienso sin necesitar recapacitar demasiado, ese vómito filosófico que me da más de un dolor de cabeza es lo que me diferencia de los demás, es lo que me da cuerpo y forma, lo que me motiva y me hace sentir una en un millón. Mientras eso sea así lo demás no importa, lo externo, lo ajeno a mí, aunque me haga sufrir o me lastime, se reduce a una simple consecuencia. Los gustos se construyen, la bolsa de inclinaciones se obtiene de otro lado, los rasgos se heredan; pero escritor se nace y se va desarrollando, como un destino irrevocable.
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