SI VAN A LEER LEAN HASTA EL FINAL.
Las puertas se cerraron tras el ruido de la chicharra. Entró una mujer común y corriente, tenía una falda negra que le llegaba hasta las rodillas, unos zapatos cerrados con considerable taco y una camisa blanca cuyos primeros dos botones estaban desabrochados. En su pelo llevaba un broche con arabescos de metal. Estaba hablando por celular y se sentó a mi lado. Por alguna razón su presencia me asqueaba un poco, ese maquillaje de secretaria, esas uñas pintadas de rojo. Sí, yo tenía esa manía de fijarme demasiado en los demás, especialmente en las personas de mi mismo sexo. Cuando se presentaba la ocasión las criticaba, las descalificaba. Si hubiese estado acompañada esa mujer se habría llevado todos mis comentarios.
Cuando comencé a escuchar su conversación tuve que contener la expresión de mis facciones. “Te amo, hermosa”, decía al tiempo que enrollaba uno de sus rulos en el dedo índice de la mano derecha. Las lesbianas eran la peor lacra social, no podía entender cómo una mujer puede ser tan maleducada. Toda mi familia, pensé, me había inculcado valores intachables que esa pobrecilla no tuvo. Me daba pena y compasión que estuviera tan enferma, peor que quien tiene cáncer o SIDA. Todas las mujeres de mi familia se habían casado muy jóvenes y se habían dedicado plenamente a sus maridos, desde mi abuela, pasando por mi madre y, finalmente, mi tía. ¿Qué diría ella si hubiese presenciado esta escena? Seguramente se indignaría tanto como yo y se bajaría enseguida del subte. Pero yo no podía, tenía que llegar temprano a casa.
Sin embargo, no podía compararse a esta muchacha, perdida e inferior, con mi madre y mi tía, quienes habían tenido la mejor educación, habían salido de una familia de renombre, no debían luchar diariamente para llevar el pan a sus casa porque tenían a sus maridos…
Me levanté del asiento y me puse frente a la puerta. Sentía que la muchacha me seguía con la mirada pero debe haber notado mi desagrado por lo cual se detuvo. Creí que estaba a salvo ya, que podría seguir adelante y olvidarlo. Pero, tan de repente como se había sentado, se levantó del asiento y se posicionó a mi lado.
La miré a los ojos, que no denotaban hostilidad alguna, yo quise contrarrestar ese efecto alejándome lo más posible, evitando cualquier tipo de contacto. Le dirigí una mirada despectiva, casi de rabia, que solo causó sorpresa en ella.
Por fin se abrieron las puertas. Esperé a que ella saliera primero, casualmente salía por la misma escalera que yo. Dobló por el pasaje en donde me tenía que tomar el colectivo. Yo estaba tan distraída que no vi a mi tía, quien me sonreía y abría sus brazos ante mí. Al verla olvidé esa estúpida obsesión y estaba a punto de devolverle el saludo levantando la mano. Pero ella no me sonreía a mí, no, no me esperaba a mí. Tardé unos segundos en reaccionar mientras esa desconocida, la del subte, besaba a mi tía, y cuando lo hice supe que todo mi mundo se había derrumbado, que esa imagen jamás abandonaría mi mente.
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Este cuento lo escribí para una materia del colegio que se llama “Producción del Mensaje”. Creo que espanté a la profesora, espero que no pase lo mismo (si es que todavía tengo algún lector por ahí) con quien lea este blog. La protagonista no se parece en nada a mí, es solo un personaje. No está basado en una historia real, no le pasó a un amigo de un amigo, es pura ficción. Igualmente modifiqué algunas partes para que quedara más clara la "moraleja". No se, quería poner algo diferente, algo que no fuese catarsis y algo que no fuese cursi. Algo real, algo que vemos todos los días, una verdad intermitente.
Las líneas de Nazca/ Diario #1
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