miércoles, 24 de noviembre de 2010

Live and let die

Eh? ¿Como se llamaba?


Ah, sí... ese imbécil...



Y mientras tanto mi prima de quince años cambia de novio como de bombacha, él y yo en el patio trasero, yo me tomo hasta el agua de los floreros y salgo a clamar a gritos por cierta persona recientemente rapada, abrazo gente con la que no tengo confianza, realizo actos lésbicos, también heterosexuales (muy) y le hablo a personas que se supone que no conozco. Después vienen los power ranger y nadie entiende nada y nadie sabe por qué estamos acá. Este blog se está convirtiendo en el recuento de pecados que uno comete con la reciente inocencia perdida.
Mi vida era tan monótona antes que me ahoga el rumbo que están tomando las cosas. Por un lado me divierto, la paso bien y siento que alcancé ese algo que buscaba, no se, explotar la vida hasta que queden solo jirones y haya que reconstruir todo cual derrumbe en Machu Pichu. Pero también siento que le agarré tarde el gusto a los placeres y que en menos de cinco meses voy a tener que aceptar de vuelta el ritmo rutinario del estudio y la buena conducta. Espero que para
entonces no me haya descarriado demasiado, o al menos que no sea tan difícil volver atrás.
Me duele el cuerpo, me duelen los brazos y tengo mínimo seis moretones en las rodillas. Todo se resume en: ya no me importa absolutamente nada.

El título no tiene nada que ver pero tengo ganas de ponerle eso así que se joden. Nada tiene demasiado sentido.

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