Lo que más cuesta es renunciar a ese paraíso terrenal donde por una vez todo fue mágico y real al mismo tiempo. Cómo es posible que ese momento dotado de tal veracidad pase a ser una partida imposible de reanudar, un juego interrumpido… Las certezas se deshacen tan rápido como se crean y ese espacio se convierte en intransitable. No va a volver. Esas doce horas de su vida irrepetibles, esa conexión sentida, ahora con todos los cables pelados, ese gusto por lo prohibido, ahora vedado.
Lo que más cuesta es renunciar a ese deseo de hermosura que es el amor. Es pensar, de hecho, que nunca se cumplió, que era objeto de la imaginación, de la intensidad del deseo mismo. ¿Alguna vez existió? Parecía por un momento… parecía. Pero solo eso. Ambos sabían la calidad del sentimiento. Estaba todo premeditado. Sin embargo… era demasiado fácil dejarse llevar. Casi tentador pretender más de lo que en un principio se había estipulado.
Después de todo ¿Por qué? ¿Porque sabía que la fecha de vencimiento era pronto? ¿Porque por esa misma razón era posible mantener la libertad? ¿Porque no existía el agobio y se sentía bien así? ¿Por qué se había dejado llevar sin más ni más?
Lo que más cuesta es saber que no existe unicidad. Que no somos únicos ni irrepetibles, que somos fácilmente reemplazables. Lo que más cuesta es la soledad, la compañía ajena. Aceptarlo, asumirlo. Seguir, seguir cuesta. Callarse, no quejarse… cuesta. Lo difícil es pensar en la causalidad, no caer en la superstición. Lo difícil es escuchar música, hablar, recorrer. No, eso es fácil, lo difícil es olvidar.
Lo que más cuesta es el orgullo. El autoestima, la vanidad. Pensar que se ve lo que se quiere ver, pensar en la evidencia, en la obviedad. Aceptar las consecuencias del egocentrismo, del creerse diferente, superior. Después de todo… ¿Qué la diferenciaba? O mejor dicho ¿Qué lo diferenciaba? ¿Por qué motivaría ella algún cambio en su actitud? Es ignorar las señales, es creer que porque a alguien le gustan las mismas cosas bizarras que a uno… Es reprimir cada respuesta insatisfactoria y exaltar lo neutral (no, ni siquiera bueno).
Realmente no sabe qué es lo que más cuesta. A veces prefiere dejarse caer en la autocompasión, otras quedarse con lo mejor sólo para descubrir un sentimiento culpógeno que invade los recuerdos, mayormente prefiere escribir, cultivar el masoquismo y el odio. Pero yo se lo que más le cuesta: pensar: This is it. It’s over. It won’t come back.
Duele pensar: what a waste...
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