Solo quiero decirte, aunque no lo sepas nunca, que tu dolor no me es ajeno. Que a veces, en la noche, me pregunto qué estarás haciendo. Me pregunto si estarás bien, si podrás sonreir al mirarte en el espejo. Niño grande, quisiera saber si seguirás juntando piedras para rellenar espacios en botellas vacías, tal como debes estar haciendo ahora, pero esta vez juntando fuerzas para tapar el bache de tu corazón. Y ojala tuviera la suficiente confianza para agradecerte por todo lo que me diste con los años. Porque de alguna manera fuiste mi mentor. Fuiste el primero que creyó en mi y en mis suposiciones ilimitadas. Y vos rellenaste formularios y caminaste varias cuadras para verme crecer, porque siempre pensaste que podía llegar más alto. No me olvido. No me olvido de esas palabras de aliento o del tiempo que te tomaste en comprender algo de mi mundo. Parece mentira que hoy seas un extraño. Parece mentira que tal vez ya no te vea nunca, salvo una vez por año. No lo creo, ya no te veré junto a las olas, tomado de nuestra mano. Siempre te quise porque te pusiste a mi altura, y es lo que la mayoría de los adultos es incapaz de hacer. Me encantaría devolverte alguno de tus presentes. Sabes que leo lo que escribís pero soy incapaz de omitir opinión. Porque yo se. Yo se por qué lo escribís. Y hay algo que se interpone en nuestra relación y yo no puedo meterme. Yo se por qué lo escribís pero no está en mis manos detener tu sufrimiento. Perdón si no te puedo dar ánimos, pero creo que es peor ser convaleciente. Si de algo te sirve, dudo que alguien ocupe tu lugar. Ya todos estamos resignados, sin embargo no te olvidamos. Te quiero mucho, nunca te lo dije, nunca te lo demostré, pero esta confesión silenciosa, al menos para mi, vale más que mil gestos.
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