jueves, 4 de septiembre de 2008

Mis placeres y decepciones culinarias

La gente que me conoce se sorprendería si les dijera que soy una golosa. Que tengo, con la comida, una relación de amor profundo, aunque escondido. Lo que pasa es que soy muy selectiva con mis gustos culinarios, no me gusta mucho la comida elaborada, prefiero las comidas simples. Pero el tema que voy a tratar acá además de los comestibles que más me gustan es la forma de comerlos, ya que también soy selectiva con eso. Y sí, para mi no es lo mismo. Una de las cosas que más disfruto, por ejemplo, es comerme el triangulito de queso adler entero, sin untar. Retenerlo en la boca e ir tragando lentamente cada bocado. O meter el dedo en el dulce de leche. O agarrar el pan y literalmente vaciarlo: sacarle toda la miga y comerla, dejando la otra parte. También estas rarezas o manías se me notan al comer sándwiches o hamburguesas. Como todos los bordes y al final me como el centro, obviamente, la parte más rica en condimentos y colesterol. Hay un trámite parecido con el huevo frito: me como la yema con abundante pan, solo después de haber deglutido sin mucha gana la clara. Y parece mentira que disfrute más de esas cosas al hacerlas de una manera diferente que otras personas pero es así. Como cuando como el bonobom por capitas y al final muerdo con ganas el corazón o me chupo la cremita de las óreo y después me como el resto de mala gana. Otra cosa que disfruto es el caracú, creo que como el puchero solo por eso. Uno de mis sueños cósmicos es encajarle un mordisco a un pedazo enorme de queso, si, como un ratoncito, que queden los dientes bien marcados… todavía no lo intente, pero algún día, cuando viva sola y a nadie le importe un queso mordisqueado, lo voy a hacer.
Y también me decepciono en este campo, como en la vida. Mis grandes derrotas fueron, entre otras, pensar en un chocolate que guarde el día anterior y no encontrarlo al ir a buscarlo. O estar todo el día con ganas de tomar un helado y que esté cerrada la heladería. Otro caso fue cuando estuve toda la mañana pensando en los ravioles del almuerzo y, al llegar, había canelones. Año nuevo es mi decepción culinaria mayor, la comida de las fiestas que hace mi familia me hace vomitar y nunca pero nunca la cambian. El guiso de lentejas también me da ganas de llorar… esa pasta uniforme y con gusto a metal… lo peor es cuando se te quedan las cascaritas en la boca. IN-TRA-GA-BLES. La única manera de agasajarme es con un buen plato de pastas o un churrasco, tal vez una hamburguesa. Es así, no soy una mina muy complicada si se siguen los parámetros de lo cotidiano. No es necesario el pollo a la naranja o las recetas elaboradas.

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